38. Elena Kane

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Ahora Jose estaba a salvo de esos dos.

Yo no.

Cuando sacaron a Jose de la caverna, me ataron a un enorme trono con cadenas mágicas.

Serapis colocó dos dedos bajo mi barbilla y me obligó a levantar la cabeza.

Sus iris tenían el mismo tono que la sangre recién derramada y sonreía, satisfecho.

-Esto acabará pronto, por suerte para ti.

Ambos se colocaron frente al amuleto de la pulsera con todos los monstruos detrás.

-Hueso del padre - recitó Serapis - involuntariamente donado.

Un hueso cubierto de icor dorado (la sangre de los inmortales) seco apareció en su mano.

Un hueso del padre de los gigantes.

Un hueso de Urano.

El amuleto de la enorme pulsera lo atrajo hacia él y lo colocó en su interior.

-Carne del vasallo - siguió Setne - voluntariamente otorgada.

Levantó el cuchillo y se cortó un dedo, que le volvió a crecer segundos después.

El amuleto también absorbió aquello.

Entonces, Setne le dio el cuchillo a Serapis, que se volvió hacia mí.

-Esto no me gusta - mascullé.

-Sangre... de la enemiga - el dios me subió la manga de la camiseta - a la fuerza tomada.

Me dio un tajo en el brazo a sangre fría y me mordí el labio por dentro para no gritar.

Alzó el cuchillo y las gotas de icor dorado volaron para juntarse con el hueso y el dedo.

-Por favor, que no haya funcionado - rogué - Por favor, que no haya funcionado.

El amuleto vibró y la caverna empezó a temblar violentamente.

Un rayo naranja y morado surgió de la pulsera y apuntó hacia el suelo.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

De la tierra empezaron a surgir poco a poco una docena de cuerpos de veinte metros, con armas de semidioses vencidos entrelazadas en el grasiento pelo y patas escamosas como las de un dragón.

Todos me vitorearon, en un significativo "gracias".

Porque los gigantes estaban despertado.

CRÓNICAS DE UNA SEMIDIOSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora