31. Jose Stone

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No creí que volvería a pisar la casa de Enrique en menos de un mes.

Pero así fue.

Cuando el Argo II aparcó a treinta metros sobre el cielo de Brooklyn, miré la ciudad casi con añoranza.

Me acaricié los labios.

Hacía más de media hora desde lo del beso, pero seguía teniendo un suave cosquilleo donde los labios de Elena habían rozado los míos.

Ahora estábamos cogidos de la mano, esperando que el Argo II se camuflara entre las múltiples nubes que cubrían Brooklyn.

A nuestro lado, Nico estaba sentado en el borde con los pies colgando.

Entonces, Annabeth, chasqueando la lengua, nos cogió a Nico y a mí de la oreja a ambos y nos arrastró hacia atrás.

-¡Ay! - se quejó Nico.

-Muy bien, vosotros dos alejaos de la borda.

-¿Por qué?

De repente, los ojos de Nico se pusieron en blanco y empezó a revolverse, intentando liberarse del agarre de Annabeth.

Me encontré con que mi cuerpo hacía lo mismo.

Y yo se lo estaba ordenando.

Oía las voces de los muertos en mi cabeza.

Me prometían poder; enseñarme los secretos de la oscuridad.

Quería saltar por la borda y fundirme con ellos en una eterna ciudad de huesos.

El reino de las sombras se convertiría en mi nuevo hogar y las atormentadas almas, en mis compañeros.

Iba a conseguirlo.

Costara lo que costara.

Logré soltarme del desesperado agarre de Annabeth y corrí hacia donde había estado hasta hacía unos segundos, que a mí me parecieron siglos.

Me impulsé con un pie y me quedé a merced del viento que me alborotaba el cabello encima de la borda, dispuesto a saltar.

Uno.

Dos.

Y tres.

Salté.

Una rápida (y bastante fuerte) colleja de Elena me hizo volver a la realidad una milésima antes de que dejara de tocar el barco con los pies, dispuesto a fundirme con el todo de la muerte.

-¿Eres un hijo de Hades? - preguntó, no sabría decir si estupefacta o dolida por no habérselo contado.

-Eh... - Fue lo único que se me ocurrió decir. Se me había olvidado por completo decírselo.

Ella resopló y fue a la zona del timón, donde Leo toqueteaba botones frenéticamente y tarareaba algo por lo bajo.

-Ahí abajo hay un cementerio bien grande - dijo la voz de Hazel a mis espaldas - Las almas están de parte de Serapis y Setne; les han prometido que los devolverían a la vida.

Solté un gruñido en voz baja.

-¿Cómo es que a ti no te afecta?

Ella, que se había colocado junto a mí, se encogió de hombros.

-Quizá el hecho de que no estuviera cerca de la borda tuviera algo que ver. O de que sea hija de Plutón y no de Hades. Pero no estoy segura.

Dirigí mi mirada hacia mi reloj de pulsera: 1 hora y media hasta el fin del mundo.

CRÓNICAS DE UNA SEMIDIOSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora