40. Jose Stone

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Le di un puñetazo al muro que me separaba de mi amiga.

Y otro.

Y otro.

Y otro más.

Y seguí hasta tener los nudillos rotos y llenos de sangre.

Y habría seguido si alguien no me hubiera agarrado del brazo.

-Esto no soluciona nada. Te vas a destrozar los nudillos.

La voz de David era la que menos esperaba oír.

-¡Me está consolado! - pensé con ironía - ¡Es un milagro!

-Ya lo he hecho - gruñí - ¿Y por qué tanta amabilidad?

-Porque Elena me cae bien y no quiero que nuestras constantes riñas acaben con la vida de tu novia.

¡Riñas, dice! ¿Quién era ese chico y qué había hecho con mi primo?

-¡No es mi novia!

-Entonces, ¿a qué vino el beso en el Argo II delante de todo el mundo?

-Aquello fue un impulso que... no sé explicar.

-Ese impulso se llama amor, chico.

-¡Que no la quiero!

-Sí que la quieres - Piper me puso la mano en el hombro y yo me sonrojé hasta las orejas - Soy hija de Afrodita, la diosa del amor, y yo te digo que esa chica te tiene más embobado que Leo delante de una máquina.

-¡Ese gusto lo tengo por naturaleza, Piper!

Ella resopló.

-A lo que voy es a que si dejas los sentimientos de lado, el tiempo te pasará factura.

Esa vez me tocó a mí resoplar.

-No estoy dejando los sentimientos de lado.

-Lo estás haciendo al no admitir que la quieres.

-¡La quiero, pero como amiga!

-No, cielo, la quieres como novia.

-¡Ag!

Me interné en la cueva, sin que nadie me siguiera.

Mejor.

Necesitaba pensar.

¿Quería a Elena?

Lo cierto era que no lo sabía.

Todo aquel asunto del amor se me escapaba, era demasiado complicado para mí.

Lo de antes no era mentira. No sabía cómo explicar aquel beso.

Supongo que fue una reacción a lo que me dijo de que quería ver otra vez mis ojos y lo de mi esencia...

Entonces, una pregunta bien distinta me asaltó la mente.

¿Le gustaba a Elena?

Había sacrificado a sí misma y probablemente también al mundo entero por mí, pero eso lo habría hecho también por un amigo... ¿verdad?

Todo era muy raro entre nosotros, sobre todo desde que entramos en todo este asunto. Quizá el estrés de tener el destino del mundo en nuestras manos nos llevara a hacer locuras de ese tipo.

Cuando levanté la mirada me di cuenta de que ya estaba relativamente fuera de la pirámide. Me di la vuelta para volver con los demás, pero alguien me agarró la muñeca.

-¿Pero qué...?

La chica que me tenía allí retenido tendría quince años, con el pelo violeta recogido en una coleta y los ojos dorados como un brillante dracma. Llevaba un jersey violeta y dorado, unos vaqueros y unas botas bajas negras con remates dorados.

-¿Quién eres?

-Soy Catherine Hathaway, pero podéis llamarme Kathya. Vengo a anunciaros que los dioses tienen sus propios problemas y tardarán mucho en venir en vuestra ayuda. Si nos os las arregláis en los próximos veinte minutos, es muy probable que Elena Kane muera.

CRÓNICAS DE UNA SEMIDIOSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora