46. Jose Stone

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La cara que puso mi primo cuando su padre se le plantó delante hizo que quisiera retorcerme de la risa.

Por suerte, pude contenerme.

-Bueno, solo los veía a ellos y...

-David - le reproché en voz baja - lo estás empeorando.

-Para ya - le aconsejó Sadie.

Por una vez, me hizo caso y cerró la boca. Pero no sabía si era por mí o por Sadie.

-Veo que habéis zanjado la fiesta sin nosotros - dijo Apolo, que salió de detrás de Ares - Eso está bien.

-Muy bien - zanjó Artemisa.

-Basta de felicitaciones - dijo una voz grave - ¿Dónde está Elena? ¿Y Leo?

-Aquí.

Siempre me preguntaré cómo tuvo la fuerza y las agallas para contestar aun sin saber quién era. Pero al verle la cara, no tuve ninguna duda.

Era Hefesto.

-Padre - la voz de Elena era tan aguda e inaudible que casi parecía una ardilla.

-Padre - Leo avanzó tímidamente, con la mano algo levantada.

- Lo habéis hecho muy bien, pero tú... - abrazó a Elena -... has demostrado ser una digna hija mía.

Una lágrima se deslizó por su mejilla.

-Padre, ahora soy una mortal. Ya no soy hija vuestra de parte divina, solo de sangre.

Hefesto dibujó una mueca en su fea cara.

-¿Y no se puede hacer nada?

Isis negó con la cabeza.

-Ha renunciado a sus poderes voluntariamente. No puede recuperarlos. No podrá vivir con gente mágica nunca más.

Cuando la vi temblar, no pude aguantarme.

La rodeé con los brazos y traté de tranquilizar su llanto desesperado.

CRÓNICAS DE UNA SEMIDIOSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora