4. Andrómeda Jackson

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-¿¡Que tu padre es Hefesto!?

-Más alto, Andy. Creo que en China no te han oído aún.

-Lo siento. Es que... ¡guau!

Fue instintivo. No tuve tiempo de decidir si creerla o no, simplemente me salió.

-Es tan "guau" como que tú controles el agua, chica.

-¡Pero mi padre no es un dios y mi madre tampoco!

Me lanzó una mirada de justo reproche.

-Vale, a lo mejor...

-Si tienes una explicación más lógica que esa para que controles el agua, dímela.

-Hmm... - dudé yo.

-Pues eso.

-Pero entonces, ¿quién es el dios, mi padre o mi madre?

Juraba que estaba a punto de contestar, cuando se le quedó la cara iluminada de un tono verdoso y abrió la boca a más no poder.

-Cierra la boca, que te van a entrar moscas - dije yo.

-Amm... Andy - dijo ella con un tono de voz agudísimo, tocándose la cabeza - Tu pelo...

-¿Qué pasa con mi pelo?

Sacó el móvil, lo puso en modo Cámara y me enseñó mi propio reflejo. Solté un gritito agudo.

Seguía siendo yo, pero encima de mí había un tridente de color verdoso que temblaba como un holograma.

-Tu padre es Poseidón, cariño - dijo una voz a nuestras espaldas.

Nos volvimos y vimos a una mujer

-Andrómeda... - suspiró ella.

-¿Nos conocemos? - pregunté yo.

-No, no eras más que un bebé. Pero una madre nunca olvida.

Aquellas palabras me cayeron como un cubo de agua fría.

-Mamá... - acerté a decir.

Corrí hacia ella y la abracé. Había estado esperando durante 13 años a que sucediera aquello y por fin abrazaba a mi madre, a mi verdadera madre.

-¿Por qué? - murmuré - ¿Por qué me abandonaste?

-Porque dos hijos de Poseidón en una misma casa es como poner un cartel de neón para los monstruos. Lo hice por tu bien, por vuestro bien.

-¿Por nuestro bien?

-Tu hermano Percy. Tiene 3 años más que tú y lo hice por los dos.

-O sea, que mi padre es... ¿Poseidón, el dios del mar?

-Exacto. Recuerda, Andrómeda: sé fuerte. No me verás hasta el fin del verano, como mínimo o nunca más, como máximo - dijo ella, empezando a caminar hacia atrás a la salida del descampado.

-¿Qué? - pregunté yo, siguiéndola.

-Ten cuidado, Andy - respondió ella, ya fuera del descampado -Tenéisque ir al campamento, allí os instruirán.

-¿Qué campamento? ¡Mamá!

Pero ya había desaparecido.

Nos dirigimos al Upper East Side, en la parte este de Nueva York. Cuando llegamos a la esquina de Times Square, noté que dos garras se cerraban sobre mi garganta y me impedían respirar. Oí el grito ahogado de Elena y supe que estaba en mi misma situación. Aquello era una trampa y habíamos caído de lleno.

CRÓNICAS DE UNA SEMIDIOSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora