44. Elena Kane

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El instante que Porfirio dedicó toda su atención a poner la cara de flipado yo lo aproveché para hacer un mandoble rápido en su dirección.

Un enorme trozo de carne cayó chapoteando en un charco de icor dorado.

-¡Mi oreja! - chilló el gigante - Vale, ya me has hartado.

Solté una carcajada.

Definitivamente, aquella no era yo.

-¿No te había hartado ya?

El rey de los gigantes soltó un alarido de furia y le cogió un hacha de doble filo a uno de sus subordinados.

-Atrévete a...

No pudo ni terminar la frase antes de que le dara un tajo importante en la pierna y cayera al suelo.

-¡Gigantes! - chilló Porfirio - ¡En formación contra la mocosilla!

Veinte contra una.

Aquello iba a ser muy, muy interesante.

Extendí los brazos y se me pusieron los ojos en blanco. La cueva experimentó un temblor algo brusco antes de que diecinueve Elenas de veinte metros empezaran a aparecer a mi lado con un suave "pop"

Los gigantes y los monstruos abrieron mucho los ojos.

-¡Basta! - me ordenó Setne.

Clavé mis ojos en él. Mi pelo era ahora azul eléctrico (casualidades de la vida) y marrón bronce.

-¿O qué? - repliqué con una sonrisa irónica.

Ambos se unieron a los que abrían los ojos.

-No podéis combatir contra mí - dije con suavidad - Soy demasiado poderosa para unos simples gigantes.

Estaba empezando a tenerme miedo de verdad a mí misma.

Ser una diosa me había vuelto, inconscientemente, arrogante, irónica y demasiado poderosa para poder usar mi potencial sin presumir.

Yo no era así.

Y no quería seguir siéndolo.

Después de acabar con esto, volvería a convertirme en semidiosa.

Y ya está.

Entonces al gigante se le ocurrió una idea: lanzó el hacha como si fuera un bumerán y, además de desintegrar a las otras Elenas, me hizo un corte tan profundo en el estómago que solo pude encogerme sobre mí misma de dolor.

Poco a poco, fui recuperando mi tamaño normal hasta quedar acurrucada en un rincón.

Lo había intentado. Me había aferrado a cada mínimo detalle, había luchado hasta el final.

Solo quedaba una cosa por hacer.

Mientras estaba inconsciente después del incidente con la flecha en la casa de Hades, tuve un sueño en el que Anubis me susurraba un hechizo al oído y me decía que ojalá no tuviera que utilizarlo.

Qué equivocado estaba.

Me puse de pie con dificultad. El silencio y la quietud solo conseguían ponerme más nerviosa.

-Renuncio a mi sangre divina y acojo a la mortal. Doy las espalda a los dioses del Olimpo y de la Duat...

Lo último que me esperaba era que Jose estuviera a mi lado.

-¿Qué haces, Elena? ¡Estás renunciando a toda tu magia divina!

-Si la sangre que los gigantes comparten conmigo no es mágica, tardarán mucho en salir del Tártaro.

-¡Pero te volverás una chica mortal normal!

-¿Te importa?

-No, mientras seas tú, no me importa.

Y me rodeó con los brazos mientras arrancaba de cuajo todo lo que conocía de mi mundo.

CRÓNICAS DE UNA SEMIDIOSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora