Capitulo 6. Cacería

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Al llegar a mi alcoba, me deshice de las zapatillas y me eché en el diván junto a la ventana. Me asomé al cristal y me encontré con la magnífica vista que tenía de Volterra. La ciudad se extendía frente a mí con sus pequeños callejones y plazuelas, iluminada por el último rayo de sol vespertino y me quedé observándola hasta el amanecer.

Con el primer rayo del sol la ciudad comenzó a despertar y la luz entró por mi ventana bañando todo el lugar con una estela de oro. Después de lo ocurrido el día anterior no tenía ganas de salir de mi alcoba, así que no me importó quedarme tendida en el diván hasta el ocaso, el final de otro día. Pude haber pasado tantos días como fuera capaz de aquella forma, contemplando la rítmica vida de los mortales mientras yo seguía siendo la misma. Pero después de dos días con la misma rutina y tiempo sin beber nada me ardía la garganta. Por lo tanto, cuando el sol al fin se ocultó en el horizonte me apresure a cambiarme y prepararme para salir. Estaba a punto de montar un espectáculo para los indefensos humanos. Me puse un vestido largo que me recordó a mis días de libertad en otro ciudad. Me calcé unos zapatos altos, me arreglé el cabello frente al espejo, saqué del joyero un collar negro, cortesía de Aro, me puse la capa oscura encima y salí de mi habitación.

Corrí entre los pasillos como un espectro hasta encontrar algún pasadizo que saliera a la ciudad. Aunque tardé un buen rato buscándolo, este lugar era un laberinto. Por fortuna, nadie me vio salir, así que no tenía porque preocuparme en dar explicaciones. Me oculté bajo el velo de la noche en la azotea de una casa del callejón por donde había salido. Estaba a pocas calles de la plaza principal de la ciudad, que bullía de vida. Sonreí al imaginarme el montón de turistas humanos que disfrutaban del entretenimiento nocturno que les ofrecía la ciudad, por supuesto, yo estaba dispuesta a mostrarles como se manejaba la cena para los seres nocturnos de Volterra. Me desplacé por las azoteas hasta un callejón cercano a la plaza. Me acomodé la capucha sobre la cabeza en la oscuridad antes de salir a escena, coloqué una sonrisa en mi rostro aunque sentía la sed desgarrando mi garganta y, por un segundo, me imaginé a Jack sonriente, sentado desde lo alto de una ventana observando mi actuación.

Finalmente, salí a la vista de los humanos, caminando con la cabeza gacha  y olfateando. Un par de chicos que paseaban cerca me miraron con curiosidad, pero ninguno olía especialmente bien. Podía buscar algo mejor. Caminé lentamente por la plaza observando los puestos y a las parejas que paseaban, disfrutando de la cálida noche. Noté que si quería atraer una presa tenía que mostrarme, pues al parecer conseguía asustar a las personas. Suspiré y con cuidado bajé la capucha. Advertí como un hombre joven me miraba de con los ojos muy abiertos y su acompañante le daba un golpe en las costillas. Sonreí y tenía admitir que moría de ganas por quitarme la capa y dejar al descubierto el hermoso vestido verde esmeralda que llevaba puesto, pero tuve que conformarme con arreglar mi cabello pelirrojo de forma un tanto exagerada y lucir el esplendido collar de relucientes piedras negras que llevaba en el cuello. Seguí bordeando la plaza a paso humano, lo cual no me molestaba en absoluto. Hacía bastante tiempo que no me divertía viendo las miradas asombradas de los hombres y aquellas centellantes ojeadas de celos por parte de sus acompañantes. Me recordaba a casa, Londres.

Pronto recordé el ardor de la garganta y me apresuré a mirar por el lugar con más atención. No me atrevía a entrar a un lugar lleno de humanos, sabía que no podría resistirme, pero en ese momento la brisa trajo consigo un aroma apetitoso y sobresaliente entre los demás. Me boca se llenó de veneno al instante e instintivamente busqué la fuente de donde provenía aquel aroma. Me topé con la mirada curiosa de un apuesto muchacho, sentado en una mesa de un pequeño café cercano.  Él, tenía el cabello rubio, rizado y los ojos del color de las esmeraldas. Estaba admirando su rostro cuando una vocecilla en mi cabeza me regañó: “¡Concéntrate por favor! ¿Qué no te das cuenta de que es la cena?”

Fría EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora