Capítulo 32. Estrellas Eternas (Parte II)

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Winchester, 1957.

Eran las ocho de la mañana. Las cortinas de encaje impecable que cubrían las cuadradas ventanas no hacían un buen trabajo bloqueando la claridad del día naciente, pues podía ver como la luz grisácea buscaba abrirse paso al interior de nuestra alcoba.

Aaron dormía plácidamente a mi lado, con un brazo echado lánguidamente sobre mi cuerpo. Sentía su respiración acompasada en mi nuca y el aroma de su piel lo impregnaba todo. Me giré rápidamente, sin apenas mover el montón de mantas que me cubrían, en un intento de mantener el cálido cuerpo de mi humano lejos de mi fría piel, para mirarlo de frente. El cabello rubio le caía graciosamente sobre la frente, tenía los labios sonrosados entre abiertos, y las espesas pestañas claras lanzaban sombras sobre sus pómulos.

Sonreí mientras lo admiraba y me contuve de acariciar su rostro. Debía dejarlo dormir un poco más, pues aunque él no lo admitiera sabía que estaba más que exhausto. Aaron no había parado de trabajar desde que habíamos llegado. Se había focalizado en sus proyectos propios y por eso, no hacía más que apoyarlo. A Aaron le gustaba aventurarse en los rincones de la ciudad, descubrir nuevos paisajes y captarlos en dibujos. Hasta ahora, con apenas tres semanas y media en Winchester, Aaron ya tenía dos cuadros prácticamente terminados con diferentes técnicas de pintura y un puñado de bocetos.

Habían pasado dos meses desde que dejamos las lejanas tierras del norte, y el transcurso del tiempo jamás me había parecido tan acelerado. Me recosté de vuelta sobre la almohada, con la mirada fija en el techo buscando formas divertidas en los espantosos acabados de las esquinas de las lisas paredes. Paseé la vista por nuestro dormitorio. Era una estancia más bien pequeña, con cuatro paredes pintadas de un aburrido blanco ostión, el piso y los escasos muebles estaban hechos de una fuerte y olorosa madera oscura. Con todo, era un lugarcito agradable y sumamente pulcro, como todo en esa extraña casa de huéspedes. Sin embargo, era en estos momentos cuando, odiaba reconocerlo, me abrumaba la nostalgia. Extrañaba Londres, la casona vieja con sus techos altísimos y su belleza en decadencia que había sido mi hogar desde hacía tantos años y...extrañaba a Jack.

Jack. Esta semana había pensado mucho en él. Casi dos años habían pasado desde que había abandonado Londres, pero su esencia seguía aferrada a mí. Aunque, qué más podía esperar si los dos estábamos unidos por un vínculo mucho más fuerte que ninguno, excepto tal vez el que me unía a Aaron. Nuestra despedida había sido más violenta y dolorosa de lo que me hubiera gustado. A final de cuentas, Jack era y seguiría siendo mi mejor amigo. Por mucho que me hubiera enfurecido con él después de la pelea más grande que habíamos tenido nunca, seguía preocupándome por su bienestar y había hecho todo lo que tenía a mi alcance para protegerlo de sí mismo y de cualquiera que deseara hacerle daño.

¡Ese insolente! Si tan solo supiera en todo lo que me había metido por su causa. Además, esperaba que para estas fechas ya hubiera recapacitado un poquito su actitud y su enojo se hubiera evaporado, pero me temo que conocía demasiado bien a Jack para desear tal cosa. Sabía que él seguía tan molesto conmigo como lo había estado desde el momento que en el que le solté la noticia de que marchaba de Londres con un humano del cual estaba profundamente enamorada. "Es totalmente innatural e inapropiado" contestó Jack después de darme el sermón más largo de toda mi vida y de levantarme la voz como nunca antes lo había hecho. Al final, perdí los estribos, le contesté con una furia igual a la suya y salí de casa dando un portazo, con un par de maletas bajo el brazo y sin dignarme a mirar atrás cuando él gritó mi nombre. Había sido doloroso, pero los dos éramos tan orgullosos que cuando nos cegaba la rabia heríamos sin miramientos a quién nos amaba. ¡Vaya mejores amigos!

Desterré el recuerdo de Jack de mi mente al escuchar el suave crujido de las sábanas y el tacto de una mano cálida deslizarse sobre las mantas para alcanzar mi cintura. Sentí mi cuerpo vibrar bajo ese minúsculo contacto.

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