Capítulo 2. Bienvenida

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Su tacto era suave, casi gentil cuando me tocaba el brazo; sin embargo férreo, obligándome a abandonar mis fantasías de correr por Verona en un esplendido día nublado. Recordándome donde me encontraba.

-                    Es hora de volver.- dijo Demetri en voz baja, sin mirarme a los ojos. Asentí tímidamente y fácilmente me deshice de la mano que tenía posada sobre mi codo. Él no dijo una palabra y me guió de vuelta al salón principal.

Demetri abrió las enormes puertas revelando el salón donde dos de los antiguos se encontraban sentados en sus respectivos tronos, mientras Aro hablaba con una joven vampiresa rubia. Él alzó la mirada y me sonrió, como si estuviera muy feliz de verme. Lamentablemente yo no podía decir lo mismo. No estaba lista para volver mucho menos para tomar una decisión, así que me preparé mentalmente para el siguiente acontecimiento. Un paso a la vez, me dije a mí misma.

-           Querida- dijo Aro sonriendo y bajó de la tarima para acercarse a mí. – ¿Cómo te sientes?

¿Devastada? ¿Destruida? ¿Miserable? Cuál calificativo era mejor para describir mi pena, pero me quedé sin poder hablar. Había buscado inútilmente a Keira y Gregory en la sala, alegando un malentendido y dispuestos a volver a casa. Negué rápidamente con la cabeza y evité mirarlo a los ojos. ¿Cómo me sentía?

-           ¿Me permites?- me preguntó cortésmente con una sonrisa y antes de que pudiera contestarle tenía mi mano derecha entre las suyas. La sonrisa de su rostro se fue tensando hasta que finalmente soltó mi mano:

-           Ya entiendo.- murmuró acariciándome paternalmente la mejilla. Retrocedí ante el contacto y bajé la mirada.- Tomará tiempo, querida, pero quédate tranquila que de ahora en adelante todo estará bien.

Por un segundo quise creerle, pero... no pude. ¿Cómo iba a estar bien si me sentía más muerta que viva? Me sentía destrozada y aturdida.

-           Chelsea- llamó Aro, mientras me tomaba la barbilla y me obligaba a levantar la mirada.

-           Amo.- una vampiresa en medio del montón contestó sin moverse de su lugar.

-           Lleva a Madeline a la habitación que han preparado para ella.- ordenó Aro mirando a su guardia de reojo. Como respuesta la vampiresa apareció a mi lado, pero no me tocó.

-           Eres bienvenida a quedarte todo el tiempo que desees, Madeline.-  agregó Aro – Espero que el castillo sea de tu agrado.

Aro tomó de nuevo mi mano y la besó. Di un leve respingo y después sonreí de la manera más honesta que pude. Alejé mi mano de sus labios con suavidad e hice una ligera reverencia antes de salir detrás de Chelsea.

 Apenas me fijé en ella mientras caminábamos entre los pasillos, lo único que sabía era que era más alta que yo, morena de piel muy blanca y vestía de negro. La fortaleza Vulturi se constituía por un sinfín de corredores, pero ni siquiera me molesté en reparar en ellos mientras seguía a Chelsea. Entonces llegamos a un estrecho pasillo, que no estaba bajo tierra si no en una de las plantas superiores, sin puertas apostadas a los lados. Chelsea avanzó hasta el extremo del pasillo deteniéndose ante la única puerta, sacó una llave de uno de sus bolsillos y la abrió. Ella hizo un ademán con la mano para que pasará y la obedecí. Después, depositó en mi palma la llave de mi nueva habitación.

 -             Bienvenida. – murmuró suavemente, mientras mi mirada se quedaba clavada en los detalles de la llavecita y con una leve inclinación se marchó.

Me quedé quieta en el umbral unos segundos visualizando la que sería mi prisión. Era espaciosa y antigua. Más grade que la casita de dos habitaciones en París. Tenía grandes ventanas con marcos de madera color caoba en el muro frente a la puerta y un bonito diván de tapiz azul claro cerca de ellas; en la pared orientada al este, había una cama de cuatro postes con dosel. El resto de la alcoba jugaba con una gama de colores celestes y neutros, tenía finas pinturas adornando las paredes de color crema y largas cortinas de seda colgaban de las dos ventanas. Tenía, también, un ropero antiguo muy hermoso que me hizo recordar a mi casa en Inglaterra, cuando era pequeña, y el estante repleto de libros me hizo añorar las noches en Venecia donde Gregory, Keira y yo nos sentábamos cerca del fuego en compañía de un buen libro, algo de música y la vista de la ciudad. 

Fría EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora