Llegué a mi habitación con una sensación difícil de explicar. Todo lo que había pasado en las últimas horas me aturdía y no podía librarme del agobio. Apenas tuve la puerta cerrada a mis espaldas, ya me encaminaba al cuarto de baño medio vestida.
Abrí el grifo del agua que salió en chorro sobre la blanca superficie de la tina y me desnudé por completo. Aventé la ropa con fuerza, conteniéndome de despedazarla con las manos y entré a la tina con dramatismo. Sin embargo, mi efecto dramático se vio opacado al darme cuenta que el agua apenas me cubría las pantorrillas. Resoplé con impaciencia y me senté lentamente en la tina, donde el agua fría comenzaba a calmar mis nervios. Salí al cabo de una hora envuelta en una toalla mientras buscaba ropa limpia. Tomé un vestido corto de seda color azul cielo, y mientras me ponía la ropa interior, la ligera cortina que cubría las cuadradas ventanas se elevó en medio de la alcoba trayendo consigo el aroma del campo húmedo. Asomé la cabeza sintiendo el viento frío en la cara, lancé una mirada al centro de la ciudad, que descansaba pacífica bajo el dosel de nubes grises. Bien entrada la noche comenzó a llover. El sonido de la lluvia golpeando los cristales, frenética, era el escenario perfecto para mis melancólicos pensamientos.
A la noche lluviosa le siguió un amanecer gris perla con nubes esponjosas y viento helado. Entretuve mi mañana entre páginas viejas leídas y fantasías aburridas tendida sobre el diván de tapiz azul claro. Conforme las horas pasaban, me sentía más aburrida. Era preciso que buscará un nuevo pasatiempo si no quería enloquecer. El aburrimiento me hacía sentir como un ave enjaulada en un día de verano, es decir provocaba que mi dramatismo saliera a la luz y anduviera libre haciendo pedazos mi cordura. No podía soportarme o quedarme sin hacer nada en los cuatro muros de la habitación que parecían asfixiarme. Me levanté de un salto y con energía renovada me lancé al armario por unos zapatos. Me calcé como rayo y salí de la alcoba. Los pasillos desiertos y sombríos me eran insuficientes, agobiantes, una extensión de mi prisión. Necesitaba aire fresco, antes de darme cuenta corría sin detenerme hasta los arcos de piedra de uno de los jardines exteriores. Era el más pequeño y privado de la Fortaleza, donde las murallas se cernían sobre una pequeña porción de césped brillante y bien cortado. Hiedra silvestre se aferraba a las piedras de la muralla, y exóticas plantas engalanaban los suelos de cantera y daban color al jardín. Como todo en este lugar, había algo sombrío y regio que sobresalía de todo lo demás. Un árbol muy alto y flacucho, con madera tan oscura como el ébano y sin una sola hoja, únicamente revestido por delicadas gotas de cristal rojo como la sangre. Me senté bajo el árbol, en uno robusto banco de piedra. El cielo seguía gris y el viento despiadado, las gotas del árbol se balanceaban a su compás y mientras escuchaba su melódico sonido fue consciente, poco a poco de una verdad absoluta. Tan aplastante y real que me dejó sin aliento. Era mi último día como una vampiresa libre.
En un par de días formaría parte del clan más grande y poderoso del mundo para toda la eternidad. Me sentí sumamente triste y más atrapada que nunca. Las ansías de abandonar los muros que me aprisionaban crecían en mi interior, nublando la prudencia y todo lo bueno que había recibido de este lugar que no era mucho, pero era algo. Miré hacia la puerta esperando no encontrarme con nadie fisgoneando y sin pensarlo dos veces me coloqué en el centro del jardín, tomé impulso y corrí hasta la muralla. Acuclillada sobre el muro, con la emoción disparada en cada rincón de mi cuerpo, volví la vista y salté al otro lado con agilidad. Mientras corría a la ciudad, libre como no me había sentido antes, únicamente podía pensar que me disculparía en otro momento con Aro.
Llegué a una de las grandes plazas de Volterra entre callejones poco iluminados y tejados. Verifiqué que ningún humano se percatará de mi presencia y me dejé caer en una de las calles desiertas que llevaban directamente a la plaza. Caminé por el familiar suelo de piedra sin mirar nada en particular. El viento soplaba en todas direcciones y los humanos se encogían y buscaban algo de calor en los pequeños locales comerciales que bordeaban la plaza cuadrada. Vagué por un rato, mirando escaparates sin atención hasta que el suelo de piedra de la despejada plaza se comenzó a cubrir con grandes gotas de agua. La lluvia obligó a que todos los transeúntes corrieran a buscar refugio en los portales y restaurantes. Los imité rápidamente, aunque me hubiera encantado quedarme ahí sintiendo como la lluvia acariciaba agradablemente mis brazos.
Me refugié en uno de los portales menos concurridos y pegué la espalda en la pared en medio de un par de tiendas de recuerdos. Miradas curiosas sobre mí se cernían y fingí tanto como pude ser parte de la pared. Necesitaba controlarme, pues la garganta me ardía con fuerza y sentía la boca reseca por la ponzoña acumulada. Cerré los ojos, reprochándome lo estúpida que había sido por salir del castillo y adentrarme en un lugar tan lleno de gente con la sed que tenía.
Sí, eres realmente estúpida. Deliberó aquella fastidiosa vocecita en mi cabeza. Le gruñí por lo bajo, con los ojos cerrados. Entonces escuché que alguien gritaba mi nombre. La vocecita de la sed rió alegremente de forma maliciosa mientras abría los ojos. El aroma de Bruno en el aire provocó que mi garganta estallará en dolorosas llamaradas. Giré la cabeza en su dirección y mis ojos se fundieron con el esmeralda de los suyos. Bruno esbozó una encantadora sonrisa mientras caminaba rápidamente hacia donde me encontraba. Llevaba el rizado cabello empapado pegado a las sienes y algunas gotas de lluvia escurrían de su rostro. Me mordí los labios y sonreí. Bruno se veía realmente atractivo con la lluvia.
Sin contar que huele delicioso, ronroneó la vocecilla de la sed con voz aterciopelada.
- ¡Bruno!- dije alegremente y el sonido sedoso me sorprendió a pesar de lo achicharrada que debía tener la garganta. - Me alegra volver a verte.
Bruno pasó saliva con nerviosismo y sonrío.
- A mí también me alegra verte. Te desapareciste por un buen tiempo, ya me estaba preguntando cuando volvería a encontrarme contigo- admitió sonrojándose y bajando la mirada.
- Sí, yo también me lo preguntaba- confesé avergonzada. Parpadeé sorprendida. ¿Desde cuándo yo pronunciaba aquellas palabras y me avergonzaba? ¿Acaso, en realidad había extrañado a Bruno?
El muchacho levantó la mirada con una sonrisa radiante a la que respondí con timidez.
- ¡Vaya!- dijo él mirándome de arriba abajo con los ojos muy abiertos- ¿Qué no tienes frío?
- No. - contesté automáticamente y me arrepentí en el mismo segundo.
No me había fijado que mi ropa era totalmente inadecuada para un día con lluvia. La seda clara se me pegaba al cuerpo y Bruno río nerviosamente antes de apartar sus ojos esmeralda de mi ropa.
- Estás empapada. - afirmó con un deje de diversión en la voz y acarició mi brazo lentamente. Di un respingo al sentir su cálida palma en contacto con mi fría y dura piel, pero él no se inmutó. - ¡Y helada! Toma esto.
Bruno me soltó y se apartó un paso para quitarse la chaqueta de cuero negro que lleva sobre el suéter gris. Me la colocó sobre los hombros y sonreí en manera de disculpa. El cuero estaba mojado y la tela interior impregnada de su aroma. Se me hizo agua la boca.
- ¿Quieres algo de beber?- me ofreció él señalando con el pulgar un pequeño café ubicado en la esquina de aquel portal.
Me dieron ganas de reír con el juego de palabras. Por supuesto que moría de sed, pero nada que encontrará en el menú del café podría saciarme. Me dije que podía aguantar un poco más, no sentía ganas de volver al castillo.
- Claro - contesté resueltamente. Bruno sonrío y me tomó de la mano dirigiéndose hacia el café. Me sorprendió el hecho de que no le molestará la frialdad de mi piel.
Mientras caminaba a su lado con una de sus cálidas manos entrelazada con una de las mías, sentí que se me perforaba el fondo del estómago: En el portal de enfrente de la cuadrada plaza, en uno de los rincones más oscuros unos ojos brillantes y oscuros me miraban con recelo.
Ocultó entre las sombras Alec me taladraba con la mirada.
¡Hola!
Muchas gracias por todas las lecturas y votos que esta historia ha tenido, en verdad lo apreció y espero que disfruten el capítulo!!
¡Saludos!
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Fría Eternidad
FanfictionMadeline Blair es una vampireza libre, aventurera, seductora y misteriosa con un pasado coronado con sombras, extraño y nebuloso. Después de vagar por su cuenta mucho tiempo, ha decidido regresar con su antiguo clan, pero entonces Madeline se ve at...