Capítulo 28. Antonio

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La noche se cernía sobre nosotros lenta y helada mientras corríamos de regreso a Volterra. El cielo estaba cubierto de nubes, pero de vez en cuando un suave rayo de luna se filtraba entre ellas y alumbraba las tierras de la Toscana. Corríamos siguiendo la línea de asfalto de la autopista E35 que atravesaba Siena, ocultos entre la vegetación abundante de la carretera.

El silencio era otro compañero, se colaba entre nosotros traspasando nuestra formación apretada y a la vez distante, mientras revivía lo sucedido hace pocas horas en mi cabeza. Todo me parecía tan irreal, que incluso sentía que era mero producto de mi mente retorcida. Apenas me reconocía a mí misma despedazando el cuerpo de la neófita Nell con los dientes como un animal; sin pizca remordimiento, sin pensar en lo que mis manos hacían, y sobre todo disfrutando de mostrarle con quién jugaba. Por primera vez me veía y sentía como una auténtica guardia Vulturi. Un ser despiadado que no temía destruir con sus propias manos.

Mis manos. Las examiné durante unos segundos bajo un tenue rayo de luna. Eran pequeñas, aunque teniendo en cuenta mi metro con sesenta de estatura era proporcionales; delgadas y blancas, sin rastro de imperfección, pero me parecía que estaban manchadas. Marcadas por una sustancia invisible ante mis ojos pero sensible a mi tacto. Eran voraces, aniquiladoras, pues por vez primera había matado por matar y no me sentía asqueada de haberlo hecho.

Suspiré mientras escondía mis manos en los bolsillos del abrigo de Demetri. El rastreador corría a mi lado, silencioso como un espectro. Observé su perfil, y aunque no me miraba detecté el brillo de cazador reluciente aún en sus ojos. Demetri no había querido entablar una conversación conmigo por más que había intentado y presentía que estaba molesto. No obstante, no era el único que se esforzaba por mantener la boca cerrada. Detrás de nosotros, custodiado por los otros tres vampiros, el estratega seguía sumido en un silencio brutal.

Antes de partir de Roma arreglamos los daños colaterales que habíamos causado. El parquecillo paso de ser un campo de batalla, testigo de la fuerza sobrehumana de un inmortal, a un simple y vulgar ataque de vándalos. Nada que pudiera alarmar a las autoridades locales. Mientras Hugo y yo limpiábamos los trozos de la estatua y Alessandro cubría la entrada al túnel, el estratega se había quedado mirando, horrorizado, las piras calientes donde seguían ardiendo sus secuaces. Apagamos el fuego y esparcimos la cenizas, entonces sin previo aviso el estratega se abalanzó sobre mí.

Rodamos sobre las planas piedras del parque, con sus manos apretando mi garganta y su mirada desquiciada perforado mis ojos mientras con arañazos y forcejeos intentaba sacármelo de encima. El estratega me gritaba insultos mientras me revolvía intentando escapar, hasta que Alessandro lo apartó con brusquedad lanzándolo lejos de mí. Los demás observaban impactados el repentino ataque, desde ese momento Demetri no se había apartado de mi lado. Asimismo, el estratega había mantenido la vista clavada en mi rostro, incluso en estos momentos sentía sus ojos fijos en mi espalda.

Volterra dormía bajo un manto de nubes grises y el castillo la acompañaba inmerso en una deliciosa tranquilidad. Habíamos entrado por un estrecho pasadizo escondido en la puerta sur de la ciudad y que corría por una de las murallas hasta una de las entradas. El pasillo era largo, húmedo y oscuro tanto que ese tramo desconocido de la fortaleza me parecía interminable. Después de unos minutos nos encontrábamos frente a la Sala de Juicios.

La Sala de Juicios era un hervidero de conversaciones en susurros que se detuvieron apenas atravesamos las puertas dobles de pesada madera. Aro nos sonrió a distancia desde su trono de oro macizo recubierto con terciopelo fino de color carmín. A su lado se encontraban, como siempre, Cayo y Marco con las miradas aburridas fijas en nuestro grupo. Aro estaba exultante al distinguir la figura que se ocultaba detrás de Demetri y sonrió con ganas cuando el rastreador se apartó a un lado. La apretada formación que habíamos mantenido se deshizo para dejar ver al estratega con la cabeza gacha y su larga capa azul oscuro rozando el piso.

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