Capítulo 21. Bajo Amenaza

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La ira recorría y calentaba mi sistema, lo que me permitió no ceder, y me mantuve fuerte consiguiendo superar el pánico que poco a poco aprisionaba mi mente.

¡No te dejes llevar! Sigue así, no debes mostrar que lo lamentas. La sedosa y peligrosa voz de la sed se había fusionado con la lucidez de mi conciencia y juntas decidieron ayudarme ahora que había metido la pata. ¿Es que no puedo parar de meterme en problemas?

Con una mirada cargada de ira paseé la vista por encima de los tronos, pero sin fijarme detenidamente en sus ocupantes. La sala seguía sumergida en un mortal silencio y aunque no me incomodaba, podía sentir las miradas clavadas en mi rostro.

- Me temo que este no es un asunto negociable, querida- la voz de Cayo era sedosa, lenta y cortaba como un afilado cuchillo el estupor que nos rodeaba; sin embargo, sonaba como un padre tirano que trata de negar un permiso a su hija adolescente.

La comparación me pareció graciosa y...acertada, además me ayudó a resistir aquella sonrisa espeluznante que se había formado en sus delgados labios y que me daba miedo. Si él quería jugar a ser el padre tirano, yo podía ser la adolescente encaprichada. ¡Será como una familia feliz! Pensé con ironía, mientras en mi nuevo rol de hija adolescente me las ingeniaba para formular un argumento razonable y sobre todo desagradable para atacarlo, pero alguien se me adelantó:

- La relación entre ellos es evidentemente mala.- afirmó Marco como si repentinamente se dijera que el clima era demasiado húmedo para la estación o una cosa parecida. Su mirada tranquila pasaba de mi rostro al de Alec y de regreso, entonces caí en cuenta de que había olvidado el don de Marco. Su capacidad de ver los lazos entre los vampiros. De modo que, ¿notaría él que mi lazo con Alec era como un mortífero alambre de púas?- Opino que al unirlos el resultado sería desastroso en muchos sentidos.

Alcancé a retener el grito de ¡Aleluya! que estaba a punto de salir desde lo más hondo de mi garganta y en su lugar me mordí el labio. ¡Por fin alguien miraba las cosas de la misma manera que yo! Una ligera sonrisa de agradecimiento se posó rápidamente en mis labios cuando mi mirada se encontró con la de Marco. Él me guiñó un ojo en respuesta pero tan rápido que me pareció algo imaginario. Oficialmente ese hombre se había ganado todo mi respeto, lealtad y aprecio.

- Son sabias tus palabras, Marco, y no puedo más que darte la razón.- musitó Aro, mientras se ponía de pie con una expresión en el rostro que sugería que estaba sopesando todas la alternativas. Crucé los dedos por detrás de mi espalda, anhelante. No podía creer que me saldría con la mía...- No obstante, es esa "mala relación" la que me incita a hacer de Alec el único instructor de Madeline. No me gusta esa clase de comportamiento entre miembros de la Guardia, y tal vez de esa manera... puedan coexistir en armonía.

Y mis esperanzas se hicieron añicos como una delicada copa de cristal siendo lanzada desde un precipicio. ¿Coexistir en armonía? ¿Acaso nadie se daba cuenta de que metiéndonos a Alec y a mí en una sala, libres de usar toda nuestra fuerza, lo último que haríamos sería coexistir de forma pacífica? Antes nos mataríamos el uno al otro. ¡De verdad que lógica tan extraña tienen todos aquí!

Aparté la mirada furiosa de Aro y con el rabillo del ojo analicé el perfil de Alec. Para mi sorpresa su rostro carecía de emoción y era más bien una mascara de frialdad pura, pero estaba segura de que, aunque no lo demostraba, opinaba lo mismo que yo. Me preguntaba si él alguna vez había deseado matarme como yo lo había hecho en más de una ocasión.

¡Vaya! Tu instinto homicida esta emergiendo de las profundidades... comentó alegre la voz de la sed en su sedoso ronroneo. Estoy deseando verte en acción, chica.

Fría EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora