Capítulo 1. La Sentencia

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Tocaron a la puerta alrededor de la media noche. Me encontraba sentada en la butaca de tela marrón, de espaldas a la puerta de la casita de Gregory y Keira, con un libro en las manos y los pies sobre la achaparrada mesa de té. Hacía apenas unas horas que me había topado con ambos en los alrededores de París, y ahora, después de varios años vagando por mi cuenta, era un alivio encontrarme en casa. Gregory se levantó de su asiento con el ceño fruncido, mientras que Keira se levantaba como resorte del sofá y se quedaba quieta en medio del salón retorciéndose las manos nerviosamente. Gregory musitó una maldición antes de siquiera tocar el pomo de la puerta, al momento la cara de Keira se puso aún más blanca de lo normal y sus ojos, color carmesí, se abrieron como platos. Musitó dos palabras en una frase que sonó como: "Nos encontraron", pero lo dijo en una voz tan baja que no di crédito a lo que había escuchado. En el umbral se encontraban dos figuras ataviadas con ropajes gris oscuro, casi negro, parecidos a una capa de viaje.

- ¡Vaya! - dijo uno de aquellos individuos. – ¡Creyeron que escaparían de nuevo!- soltó una carcajada y se echó hacia atrás la capucha oscura.

Él tenía el cabello claro, la piel blanca como el mármol y los ojos rojos como la sangre. Me sentí aterrada, había algo en él que indicaba problemas.

- No es así, Demetri.- replicó Gregory escuetamente.

- Como sea - dijo el otro hombre que era mucho más grande que el primero en tono brusco. - Ya sabes a que hemos venido.

- Por supuesto. Tardaste más en llegar de lo que había planeado, Demetri.- comentó Gregory como una ligera sonrisa a la que el tal Demetri respondió con una mueca. Gregory se volvió hacia nosotros con la precaución y el miedo dilatando sus pupilas: - Tengo que ir con ellos

Sus palabras me aturdieron. ¿Irse? ¿Con ellos?¿Por qué? Miré a Keira en busca de respuestas, pero ella no hizo más que apretar los labios y tomar las manos de su compañero.

-    Las ordenas de Aro son absolutas. Él desea ver  a todo el clan- señaló Demetri cruzando los brazos.

 Ya comenzaba a odiarlo, pero era apenas una chispa de emoción contra la nueva clase de pánico me atacaba. De pronto creí entender que era lo que sucedía. Había reconocido el colgante que Demetri y el otro hombre, cuyo nombre no conocía, llevaban puestos sobre las capas, pero no le di importancia. No entendía cuál podía ser el motivo por el que el ocupado líder Vulturi deseaba vernos.  ¿Acaso habíamos hecho algo contra sus reglas?

 Gregory dio un asentimiento y los dos individuos salieron de la casa. Me volví hacia mis padres adoptivos con las palabras atascadas en la garganta. Gregory me abrazó un momento antes de que Keira me colocara la capa azul marino sobre los hombros y me aseguraba que no había nada que temer. Acto seguido, ambos se pusieron las capas, se tomaron de las manos y así, los tres juntos, salimos cubiertos por el manto de la noche hacia el castillo Vulturi en Volterra, Italia.


Al cruzar la frontera francesa, podía sentir como la ansiedad de Keira aumentaba de nivel. Ella me había tomado del brazo y yo me había mordido la lengua unas cien veces conteniendo la pregunta que desde la llegada de los Vulturi ansiaba gritar: ¿Qué demonios estaba sucediendo? Pero... no podía hacerlo. No con Demetri corriendo frente a nosotros y el otro sujeto, llamado Felix, a nuestras espaldas.

Al alba estábamos llegando a Volterra, una ciudad que por una buena razón evitaba y que nunca había visitado. Por ellos. Demetri nos condujo hasta el castillo por las catacumbas de la ciudad tan vieja y de un gusto medieval que combinaba con los reyes del mundo de los vampiros. Después de un tramo de fijar la vista en cada cráneo humano y en cada roedor que se cruzaba en mi camino, decidí mantener los ojos cerrados el resto del trayecto.

Fría EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora