Capítulo 15. Atrapada

859 80 1
                                    

Me detuve en seco, aterrorizada. La expresión de sus ojos me dejó helada. Detuve a Bruno con fuerza y él me miró con una interrogante marcada en su atractivo rostro.

- ¿Sucede algo? - preguntó curioso, mientras sus ojos verdes me escrutaban el rostro detenidamente. Aparté mi mirada rápidamente de la suya, pero aquel gesto lo alarmó más.

- ¿Te encuentras bien, Madeline? - Murmuró con preocupación. - ¿Qué ha sucedido? ¿Te sientes mal? ¿Quieres que te lleve a casa?

Negué lentamente con la cabeza y dirigí la mirada al piso en busca de una excusa para mi comportamiento. Con desesperación pensé en la manera de deshacerme de Bruno. Él corría mucho peligro a mi lado, debía alejarme de él en ese momento. Levanté la mirada temerosa hacia aquel rincón oscuro donde había visto a Alec, pero él había desaparecido. El pánico nubló mi mente. Alec no tardaría nada en encontrarme. Sentí la mirada de Bruno clavada en mi rostro y me apresuré a contestarle.

- Estoy bien- dije levantando la vista para enfocarla en su rostro preocupado- Simplemente me acordé de algo desagradable. Lo siento.

Sonreí para indicarle que estaba bien, pero él me miraba sin convicción. Negué con la cabeza un par de veces y antes de que pudiera hablar, lo arrastré por la muñeca hasta el pequeño café con una nueva idea en mente: Alec no entraría violentamente a un establecimiento lleno de humanos. Aquel pensamiento me llenó de una débil esperanza y tiré de la mano de Bruno con un poco más de fuerza. Él, desconcertado, avanzó rápidamente sin oponer resistencia.

Entramos al pequeño establecimiento y lo conduje hasta la mesa más apartada del resto. Estaba en el fondo, cerca de la chimenea donde los leños chisporroteaban alegremente, apenas iluminada por el fuego lento. Durante los siguientes sesenta minutos hablé con Bruno sin problema, pero en algunas ocasiones me descubría vigilando la puerta nerviosamente. No podía dejar de pensar que allá fuera se encontraba Alec, esperándome. Me limité a no respirar. El café estaba repleto de gente y la vocecilla de la sed ronroneaba contenta en el fondo de mi mente mientras la garganta me ardía sin parar. La camarera colocó dos tazas de humeante chocolate caliente en la mesa, Bruno tomó la suya y le dio un sorbo, mientras que yo ocultaba la mueca de repulsión cuando la taza se acercaba a mis labios. Bruno me alentó para dar el primer sorbo, alegando que entraría en calor en unos poco minutos, para complacerlo, dejé que le líquido bajara por mi garganta ardiente.

Terminamos las bebidas conforme hablábamos, y mi ropa se secó con el calor del hogar. Bruno era simplemente fascinante, estaba disfrutando mucho de su compañía, pero noté que afuera el cielo había oscurecido. Las nubes de color púrpura seguían descargando furiosamente su agua sobre la ciudad, decidí que no podía demorar más mi encuentro con Alec, ni soportar la sed.

Me despedí de Bruno con un pequeño beso en la mejilla. La garganta me dolió y el estómago se encogió por la sed. Salí a toda prisa del establecimiento, me oculté rápidamente de la vista de los humanos y corrí de regreso a al castillo. Esta vez, no me moleste por ocultarme en azoteas y callejones, la lluvia era tan densa como para que alguien me viera. Para mi gran sorpresa no detecté el aroma de Alec por ningún lugar cercano al portal del que había salido, pero ese hecho no hizo más que darme el impulso para correr más rápido. Escalé sobre el muro por el que había saltado y me encontré en el solitario jardín, donde la lluvia era muy fina y suave a diferencia del la tormenta que azotaba el centro de Volterra.

Atravesé como bala los arcos de piedra de la entrada y corrí directo al despacho de Aro. Era mejor delatarme y pedir disculpas, a esperar que Alec me atrapará e hiciera una escena innecesaria, o peor, me chantajeara. Empapada de pies a cabeza corrí sobre las magníficas alfombras que cubrían los pasillos del ala norte, donde habitaban los Líderes. Una esplendida araña de cristal iluminaba el pasillo en donde se encontraba el despacho privado de Aro. Me acerqué a la puerta de exquisitos acabados en madera y toqué con los nudillos un par de veces. Esperé nerviosa a que Aro me dejará entrar.

" Adelante"

Escuché el murmullo desde dentro. Abrí la puerta un poco y asomé la cabeza para observar el interior.

- ¡Madeline!- la voz aterciopelada de Aro no sonó sorprendida pero me observaba con curiosidad. sonó bastante sorprendida. Vacilé un poco ante su tono, pero abrí un poco más la puerta para pasar.

Me asusté. La visión que ofrecía el despacho de Aro no era como lo había imaginado mientras corría hacia acá. Me imaginaba una escena de disculpa, sencilla y sin público. Pero al parecer eso sería más complicado, pues sentados en la magnífica salita de Aro, Marco y Cayo me miraban con una ceja levanta. ¡Qué aspecto estaba ofreciendo! Pero no dejé que eso me acobardara.

- Quería hablar contigo, Aro.- no pude evitar tartamudear al fijar mi vista en los ojos de Cayo. Ese hombre me intimidaba y yo sabía que no le agradaba ni un poquito. La idea de dejarme chantajear por Alec no parecía tan mala cuando contemplaba los ojos rojos del líder Vulturi.

- Por supuesto, querida mía. - contestó Aro componiendo una sonrisa y atrayendo mi mirada.- Mis hermanos y yo estábamos discutiendo unos asuntos. ¿De qué quieres hablar?

Suspiré pesadamente antes de empezar e hice mi confesión sin mirar a ninguno, con la vista clavada en el suelo. Cuando terminé me asusté por el silencio que reinaba en la habitación y me atreví a mirar entre las pestañas. Los tres me observaban con perplejidad. Traté de explicarme para aclarar dudas.

- Lo siento - dije en un murmullo cargado de arrepentimiento. - Traicioné su confianza, pero no podía quedarme en el castillo sabiendo que era la última noche de mi vida como nómada.

Más silencio... y me sentía pequeñita, esperando el regaño.

- Me parece que es comprensible- contestó quien menos esperaba con voz suave - Al fin de cuentas fue un paseo...inofensivo, o ¿me equivocó?.

Cayo me miraba con las cejas enarcadas y sonreí con ganas. Él frunció el entrecejo.

- Por supuesto que no- contesté rápidamente- Simplemente fue eso, un paseo tranquilo por la ciudad.

- Bueno, habiendo aclarado ese asunto- dijo Aro encantado- puedes marcharte, querida.

Me quedé quieta un instante. ¿Ya podía marcharme? ¿Así nada más?

- Pero- murmuré dejando que mis pensamientos fluyeran por mi lengua- ¿No hay castigo?

Por primera vez vi a Marco sonreír. Una sonrisa ligera y sincera. Me gustó.

- No lo mereces- aclaró Marco con voz tranquila- por esta vez.

- Dejar la vida de nómada debe ser algo difícil- terció Aro- sobre todo para alguien que ha vivido más de 300 años en total libertad. No somos tus dueños Madeline. La Guardia es libre de hacer lo que deseé mientras cumplan con sus deberes y sigan las reglas.

Me sonrío con complicidad y sin nada más que agregar hice una pequeña reverencia salpicando unas cuantas gotas de agua sobre la alfombra. Acto seguido salí por la puerta sin apartar la mirada de los tres Vulturi con una sonrisa en los labios.

Cerré la puerta delante de mí y caminé lentamente hacia atrás dispuesta a correr a mi habitación, entonces en par de manos blancas me detuvieron por las muñecas.

Fría EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora