Londres, 1955
Estaba sola. Sola, en medio de un sitio repleto de gente, y era la peor soledad que había experimentado nunca. Jack estaba lejos. Había salido esta mañana con ellos. No me interesaba a dónde o para qué; ya no me molestaba en preguntárselo. Él sabía mi posición respecto a la propuesta. Sabía lo que querían y juntos los habíamos rechazado con cordialidad, pero seguía sin entender como habían conseguido la atención de Jack de vuelta. Él mismo había mencionado lo egoísta que era la empresa que ellos proponían. Desde luego, creía divisar algo entre lo poco que Jack me contaba, pero me disgustaba pensar en ello más de lo que debía. La ignorancia me permitía odiarlos a mi manera por alejar mi mejor amigo de mi lado. Apreté los puños sobre mis muslos y escuché la tela de mi vestido crujir. Agaché la mirada para encontrarme con la tela algodón estampada de flores en color celeste del vestido que llevaba puesto. La prenda me había llegado en una preciosa caja con una tarjeta de mis padres hacía un par de días. Gregory y Keira se encontraban en el continente, específicamente en el sur de Rumania, muy lejos de mí. Los extrañaba muchísimo y mi corazón se hundía en la pena, pero había sido yo la que quería independencia. Quise devorar el mundo y Jack me lo había ofrecido con una sonrisa. Sin embargo, estaba segura de que cuando me cansara de todo esto volvería a ellos. Siempre lo hacía. Era su hija pródiga y ellos mi refugio. En estos momentos pensaba que ya había tenido suficiente por ahora, con la indiferencia de Jack y las largas horas en soledad, comenzaba a deprimirme. No era saludable. Aunque, también, tenía otros amigos. Londres era hogar de muchos vampiros nómadas y de vez en cuando me gustaba salir con ellos (Ellie, Frank, Harold, Jerry, Caroline.) pero no me fiaba de ninguno. Conocía a nuestra especie lo suficiente para saber en quién confiar y en quién no; quienes eran compañeros de diversión y quienes arriesgaban su vida por la tuya. En definitiva ninguno de los vampiros que conocía en Londres era digno de esa confianza.
El viento otoñal barrió el suelo adoquinado, elevando hojas de colores pardos alrededor de los transeúntes del parque. Era un día encantador de octubre, al menos lo era para mí. Después de un inicio de mes especialmente soleado, algo de nubes y un cielo grisáceo eran todo un bálsamo reparador. Miré el cielo, donde las nubes enviaban con sutileza las señales de tormenta, pero estaba segura esperarían al ocaso para desatar sus aguas sobre la ciudad. Pasé las manos por mis piernas alisando el vestido y tomé, del lugar contiguo al mío, el viejo libro que había llevado como distracción y accesorio. Lo abrí en una página al azar y me puse a leer, pero el encanto duró poco. No podía concentrarme en absoluto. Mi mente armaba planes, mientras observaba pasar a la gente y me preguntaba cual sería mi siguiente movimiento, mejor dicho como me encararía a Jack cuando volviera, pues estaba decidida a dejar Londres por un tiempo. Entonces lo vi.
Fue un destello azul, una risa encantadora y un conjunto de seis muchachos, a unos quince metros de distancia, dejándose caer en un banco. Eran ruidosos, extrañamente encantadores y... americanos. Su acento desentonaba con las parejas estiradas que desfilaban por Hyde Park. Me resultaba difícil apartar los ojos de sus rostros jóvenes, tan llenos de vitalidad y felicidad, aunque herían en lo más profundo de mi alma. Sentía que sus sonrisas oprimían mi corazón con un guante de hielo, lo sacudían con sus carcajadas y lo golpeaban con sus ademanes despreocupados. Fruncí el entrecejo furiosa, con el calor de los celos abrasándome por dentro. ¡¿Quién se creían esos americanos de pacotilla para venir a mí parque y derrochar tanta alegría cerca de las almas en pena?! Me mordí la lengua cuando sentí que las palabras pugnaban por salir de mi boca en un grito feroz, pero prefería callar a declarar abiertamente lo celosa que me sentía, pues yo no podía ser feliz como ellos. Ni en un millón de años. El pensamiento fue más triste de lo que imaginaba y me sentí más sola que nunca. Bajé la mirada de nuevo al libro, herida y con los celos apagados por el roció de la tristeza, cuando una mirada, azul como la primavera, se cruzó con la mía. Decir que cada molécula de mi helada anatomía se revolvió como los cimientos de un rascacielos en un terremoto, era poco. El poco aire que guardaba en mis pulmones salió de golpe por mis labios entreabiertos y estaba segura de que bajo mis pies la tierra se había sacudido abruptamente. El joven de los brillantes ojos azules apartó la mirada rápidamente y la centró en una libreta, rectangular y grande, que reposaba sobre sus muslos. Perpleja, me obligué a hacer lo mismo.
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Fría Eternidad
FanficMadeline Blair es una vampireza libre, aventurera, seductora y misteriosa con un pasado coronado con sombras, extraño y nebuloso. Después de vagar por su cuenta mucho tiempo, ha decidido regresar con su antiguo clan, pero entonces Madeline se ve at...