Capítulo 34. Como un equipo

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Los obstáculos debían de enfrentarse con determinación y elegancia. Pero por desgracia, yo seguía sin aprender a hacer frente a los problemas sin armar un alboroto. Y Alec también lo sabía. Por lo que no dudó en soltarme la bomba a media sesión de entrenamiento, cuando lo único que podía hacer era tragarme mi irritación.

-¡Bromeas! – vociferé haciendo que la callada Marie y otras dos chicas de la guardia media nos lanzaran miraditas curiosas. Alec me ordenó con la mirada que cuidará mi tono, pero sencillamente no podía contenerme. A Alec no le gustaba que perdiera el control cuando había invitados; en otras palabras, le disgustaba que lo retara en frente de los guardias de menor rango.

- Es una simple demostración, Madeline- respondió poniendo los ojos en blanco.

Y lo era. Alec acababa de decirme que era momento de mostrar mis progresos ante los tres maestros. No se trataba de nada ostentoso, era simple. Casi aburrido. Pero esas palabras no consiguieron calmar esa curiosa mezcla de nervios y pánico que atenazaba mi estómago. El resultado de esa noche fue mi falta de concentración y una sesión de entrenamiento mucho más corta.

- El auto-sabotaje no te será útil, Madeline.- dijo Alec con serenidad.

- ¿Cómo lo sabes?- pregunté infantilmente, poniendo las manos en las caderas. Alec me dedicó una mirada que parecía decir que él lo sabía y, para ser sinceros, yo también. Simplemente porque las nuevas habilidades que había adquirido no desaparecían de la noche a la mañana, pero me negaba a dar mi brazo a torcer. – Bueno, pero ¿no estás un poquito demasiado seguro de ti mismo?

Alec simplemente sonrió en respuesta ya en la puerta de la Sala de Entrenamiento. Blanqueé lo ojos y pasé de largo por la puerta sin detenerme a esperar a que cerrara. Seguí con el paso altivo hasta doblar la primera esquina y tomar el atajo que llevaba al ala este. Entonces, Alec me alcanzó y, como si se tratara de una conversación no terminada, siguió hablando sobre lo que esperaba de mí al día siguiente con tono mandón. Lo escuché sin hacer ningún comentario, mordiéndome la lengua cada tanto y ahogándome con mi propio sarcasmo. No estaba de ánimos para pelear.

- Tenemos que demostrar que podemos ser un equipo, trabajar en sincronía. – dijo en voz muy baja, como si de pronto temiera que alguien lo escuchará. Moví la cabeza en señal afirmativa, un tanto sorprendida.

¿Nosotros? ¿Un equipo? ¡Por favor! Eso era estirar muchísimo la realidad, pero todo estaba por verse. Volví a morderme la lengua y sin más seguimos caminando lado a lado hasta la Estancia. Alec se detuvo ante la puerta y con un gesto me invito a pasar primero. Arrugué la nariz y rechacé rápidamente la invitación. Tampoco me sentía con ánimos para quedarme a entretener a Jane y Renata, que en compañía de Santiago eran los únicos tres vampiros que estaban dentro.

- Hasta mañana entonces- dijo él en un murmullo de despedida, yo salí disparada a mi habitación.

***

Cuando tocaron a la puerta en plena madrugada tuve que asomar la cabeza de mi refugio, un mullido montículo de mantas bajo el que estaba enterrada. Murmuré un simple "adelante" y Demetri se asomó por la puerta.

- ¿Qué demonios estás haciendo?

Mi respuesta fue un encogimiento de hombros apenas perceptible bajo el montón de mantas. Demetri abrió la boca para decir algo más pero la cerró al instante y negó dos veces con la cabeza como diciendo que no tenía caso recibir una respuesta. Acto seguido se sentó a los pies de la cama, resuelto a ignorar lo que fuera que estaba haciendo.

Me aguanté una sonrisa, pero volvemos a lo mismo: hábito humano adquirido. Aunque probablemente se trataba de algo más arraigado a mi esencia. Era una especie de recuerdo, deslucido por el tiempo, uno de los pocos recuerdos humanos más o menos nítidos que tengo. El de una niña pelirroja en una deprimente estancia llena de camas simples ocupadas por extrañas, con los ojos llenos de lagrimas oculta bajó las sábanas rasposas y una vieja cobija. Oculta del mundo, refugiada en lo que le parecía el lugar más seguro.

Fría EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora