Capítulo 33. Platos Rotos

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No podía escuchar, ver, oler, o sentir absolutamente nada.

Mi cuerpo se había sumergido en un estupor total, donde solo podía sentir el vacío expandirse hasta los confines de mi anatomía. Extrañamente, se sentía bien.

Me sentía ligera, libre de cualquier emoción. Incluso el dolor se había adormecido. Intenté conectar mis sentidos perezosamente, pero mi cuerpo no respondió a mi orden.

Estoy muerta.

El primer pensamiento coherente que tuve me abrumó. Por un momento sentí claustrofobia en mi propia mente. Busqué a tientas el interruptor de mi cuerpo dentro de mi espaciosa mente. Nada. Todo seguía igual. No podía haber muerto, ¿verdad? No, era imposible. No recuerdo a nadie acercándose a mí mientras me quedaba tumbada junto a Bruno. No recuerdo nada de eso. En ese caso...¿cómo había permitido que cada uno de mis recuerdos sobre Aaron salieran a flote? Debía estar muerta para permitirme pensar en él tan deliberadamente sin que el dolor me destruyera en el proceso. Tanto tiempo reparando mi corazón roto para que de nuevo se desmoronara en trocitos, no era justo. Todos los años que había pasado recluida de todo cuanto conocía y la horrible sensación de vacío seguía ahí, aferrada los restos de mi corazón. ¿Es que jamás se iría del todo?

Creí que la muerte significaba paz absoluta, pero de pronto el silencio era ensordecedor. Apenas podía soportarlo. También me pregunté muchas veces si sería doloroso morir, pero ahora me sentía flotar en un limbo lleno de sombras, donde no se distinguía arriba de abajo. ¿Así era la muerte para los condenados? ¿Vacío infinito? ¿Desesperación, frustración y la nada? ¡No, no, no! ¡Éste no puede ser el final! Mi final.

¡Vamos despierta, Madeline! ¡Despierta! ¡No puedes estar muerta! No sin haber perdonado a Jack antes, no sin verlo de nuevo...

Mi consciencia ha tomado control de mis pensamientos y su voz me reconforta. ¿Jack? No, yo no quiero verlo. No después de abrir la caja de Pandora y liberar a los demonios. ¿Perdonarlo? Él me había traicionado de la peor manera posible. Era mi mejor amigo. ¿Cómo era posible pensar que quería volver a verlo después de todo este tiempo, después de todo los daños? Mi corazón en un susurro contestaba que sí, que lo había estado deseado todo este tiempo. Pero antes de que pudiera indagar más en mis deseos ocultos, sucedió. Mis sentidos volvieron sin que yo lo pidiera. Sin el menor esfuerzo.

¡Estoy viva!

Bueno, algo así.

La luz brillante del corredor me dio de lleno en el rostro, pero mantuve los ojos firmemente cerrados. El recuerdo, el vacío, todo había sido demasiado real. Muchas emociones encontradas, muchos recuerdo reprimidos. Fue como si el tiempo me hubiera regresado a esa primera vez y a esa horrible noche; a los años más felices y más tristes de mi existencia. Sentía un dolor sordo recorriendo cada fibra de mi ser, destrozando a su paso las minuciosas restauraciones que había hecho cuando Aaron se fue. Y quedé expuesta, con el mismo ferviente deseo de poner fin a mi sufrimiento, con un nudo en la garganta y un grito de desesperación atrapado, pugnando por gritar su nombre de nuevo.

Fui consciente del movimiento incluso antes de entender que sucedía. Me movía, pero no por cuenta propia. ¡Apenas tenía control de mis pensamientos! Reconocí el familiar aroma de Demetri bajo mi nariz y espié entre pestañas. Me ubiqué en un corredor no muy lejos de la Sala de Juicios, donde los ruidos de la cacería se extinguían poco a poco. Como pude bloqueé el ruido y me descubrí en brazos de mi amigo con sus pasos resonando por los pasillos desiertos. Hundí mi rostro en su pecho, aferrándome a él. Aferrándome con desesperación a la realidad.

Fría EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora