A fuera seguía lloviendo, la tormenta había empezado a azotar la ropa de Camila, una ventisca fría se coló por su espalda para los finales de Noviembre siempre las lluvias eran algo normal y ya todos se habían acostumbrado, pero Camila no, ella junto a su esposo vivían al sur del país por lo que las temperaturas no bajaban más de 20 grados. Camila no se había acostumbrado todavía a su nuevo lugar para vivir.
Tocó el timbre, el clásico sonido inundó sus oídos "din-don" "din-don".
Nadie salió... Volvió a tocar, ya estaba harta y la lluvia no ayudaba mucho, ¿por qué su madre tardaría tanto? La invasión la desesperación, habrían salido sin avisarles, no podía ser su madre siempre fue muy precavida con eso, trató de hacerse la idea de que su madre no había oído el timbre. Su madre era vieja y su canal auditivo no era el mejor del mundo.
El frío que había sentido antes volvió a atravesarla, definitivamente no le gustaba el frío.
Estaba perdiendo la paciencia así que empezó a golpear la gruesa puerta de madera. No pasó nada.
-¡MAMÁ! ¡ESTAS ALLÍ! ¡ABRE LA PUERTA, ME ESTOY MOJANDO!
No obtuvo la respuesta que esperaba, se oyó el inconfundible grito de su hijo llamando a su amigo imaginario, Danny, lo habría asustado de nuevo, fue su primer pensamiento, Camila no podía respirar sabiendo que su bebé estaba allí asustado. Seguido el grito de su madre, el desespero recurrió cada parte de su cuerpo sentía una impotencia muy grande.
Volvió a llamar.
La puerta se abrió rápidamente con su madre hecha un manojo de nervios; no dejaba de tartamudear. Camila entró corriendo a la casa. Encontró a su hijo todo envuelto en una toalla de baño sentada en la tapa del inodoro. Estaba frío.
-¡Mamá! ¿Dónde has estado? ¡Tengo media hora tocando la maldita puerta y tú no contestabas! ¡Y para colmo encuentro a mi hijo hecho un manojo de nervios todo congelado!
Camila no sabía que pensar estaba más que molesta con lo que había pasado y se le podía notar a distancia sus ojos casi echaban chispas.
- Hija, la puerta no ha sonado, no lo he escuchado y Thomas sólo se estaba bañando que estaba todo sucio, salí un momento a la cocina y cuando volvió asustada por el grito que había hecho lo encontré tirado en el piso del baño se desmayó momentáneamente- la voz de la anciana era quebradiza también se le notaba la preocupación.
- ¿SABES QUE? ¡NO IMPORTA!- grito, y acaricio la cabeza de su hijo- ¿Thomas? Thomas, mi amor, ¿te encuentras bien? Mírame - hablo la madre entrecortada, las lágrimas querían salir.
Thomas no podía decir ni una sola palabra había quedado en shock y aunque hubiera dicho algo nadie le hubiera creído... Levantó la vista y abrazo a su madre cuyos ojos ya empezaban a asomar lágrimas como mares. Ella le devolvió el abrazo. Se sentía a salvo.
- No te vayas mami...
- Nunca me iré hijo, nunca.
La anciana había quedado atónita como era que una tarde tan tranquila con su nieto podía volverse de un momento para otro una pesadilla.
Había pasado un largo rato después, James se había bajado del auto y se encontraba en la cocina con sus familiares, trataba de calmar a su esposa por lo ocurrido, está todavía echaba humo, y Thomas ya había recuperado su color. La anciana no había dicho nada en todo ese rato, no hallaba las palabras.
- Hijo - llamó la anciana a Thomas.
Este fue tembloroso desde la silla en la que se encontraba y se acercó a su abuela.
- ¿Quieres perdonarme? Siento que fue mi culpa no debí dejarte sólo, de verdad, lo siento.
El chico no dijo nada, sólo abrazo a su abuela y lloró, Thomas durante todo ese rato no había llorado, su mirada solo andaba perdida, analizando los hechos sucedidos.
- Te estaba buscando esto- y le entregó en sus manos una pequeña pulsera, tejida a mano con unas pequeñas piedras incrustadas a los lados, era bonita, y Thomas la acepto sin pensarlo, se la colocó rápidamente y le encantó más, otro abrazo se había ganado la abuela.
- Mamá, podemos hablar un momento en privado- dijo Camila un poco más tranquila dirigiéndose a él cuarto de al lado. Seguidamente a la anciana la siguió y desaparecieron por el corredor.