Thomas no dejaba de observar la casa con intriga, hace ya una hora que Jean había entrado y no se escuchaba nada. El aire frío le hacía temblar cada que este se colaba por dentro de sus ropajes. Se empezaba a preocupar al notar como la esfera de tiempo se quebraba poco a poco. Samantha había despertado de su estado de bloqueo, pero todavía estaba algo dispersa entre sus ideas, su vista se perdía y su piel palidecía.
- Sam... - dijo Thomas.
- No digas nada. Ya estoy bien, es sólo que... La extraño, la necesito, y ella.... Ella me la quitó.
Apretó sus manos pero luego las liberó, soltando un largo suspiro y cerrando sus ojos. La niña era hermosa, sus grandes ojos eran lo que mas impresionaban. No podrías creer que aquella dulce criatura seria capaz de convertirse en un ser de suma destrucción. La pequeña Samantha.
-Comprendo... pero, estuve preocupado por ti... estaba muy... muy...
- Asustado... - cubrió su cara con sus pequeñas manos y unas gotas cristalinas las traspasaban. - No me temas, Thomas. No soy un monstruo.
Él se acerco hasta quedar frente a ella. Tomo las manos que cubrían su rostro y las aparto.
- No te temo, eres mi amiga y se que no me harías daño. Tenia miedo de que te lastimaras tu misma. - dijo mientras que pasaba con cuidado sus dedos sobre sus mejillas para retirar sus lágrimas.
- Deberías temerme... fue horrible. Mi odio... mi enojo. Sentía tanto poder, pero no podía controlarlo. Corría dentro de mi, me destruía por dentro. ¿Soy mala? Yo... soy peligrosa. Lastime a mamá, iba a lastimarte a ti también. Soy una mala persona.
Samantha bajo su mirada, no podía mirarle a la cara. Su labio temblaba y sus manos inquietas se encontraban.
- ¿Que? ¡No! Eres buena, eres muy buena. Eres una persona buena a la que paso una cosa mala. Lo importante es que ya estas aquí, y estas bien.
De repente unos ladridos desenfrenados se escucharon. Era un perro. No se sabia con exactitud de donde venían aquellos alarmantes sonidos. Un aullido de dolor sonó esta vez, parecía chocar con paredes porque el eco tras de ellos era indiscutible.
- Pollo... - susurró Thomas.
El animal salio despavorido por la puerta principal. Sus cortas piernas iban dando marcha veloz lejos de aquel sitio.
- ¡POLLO!
El perro corrió, se tropezaba pero se levantaba, no paraba. Thomas abrió sus brazos para atraparlo pero una especie de neblina se levanto del césped, inundando unos escasos centímetros con una mar de vapor. El perro chillaba, se mareaba y ladraba en todas direcciones.
Unas gruesas raíces brotaron de la tierra y sujetaron patas y lomo del animal. Lo ataron, lo apretaron, hasta que los chillidos se volvieron tan agudos en un intento del perro en pedir ayuda.
Thomas gritó y corrió hasta el banco de niebla donde las raíces mantenían prisionero al perro. Samantha fue tras él, buscando detenerle. La tierra temblaba, el animal agonizaba, las raíces buscaban ahogarlo. Las lágrimas de Thomas corrían sin detenerse, y con desespero intento arrancar aquellas plantas. El cuerpo del perro se agitaba y las enredaderas mas se fijaban.
- ¡POLLO NO! ¡BASTA YA! ¡ DETENTE!
Su cara se ponía cada vez mas roja y sus gritos mas fuertes. Era un caso perdido las raíces no cesaban.
- ¡LO LAMENTO, POLLO! ¡BASTA! ¡NO TE DEJARE MORIR!
Las raíces cubrían ya todo su cuerpo y parte del rostro del perro. Thomas miró a sus ojos, esos ojos marrones que antes lo miraban con alegría. Ahora rogaban por auxilio.
- ¡Samantha! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame, por favor! - grito con desesperación.
Pero ella no se movió. Y tras el último apretar de esas raíces el perro murió. El alma en aquellos ojos marrones se había desvanecido.
La tierra se detuvo, la niebla se disipó, las raíces volvieron a la tierra y el cuerpo inerte de Pollo sobre los brazos de aquel que había sido su dueño.