Capitulo 1

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Harry Styles dejó a sus padres y hermanos en el jardín de atrás y entró en la casa. Quería un par de ibuprofenos y unos minutos a solas, pero en cuanto entró por la puerta lateral, lo recibió un chillido penetrante que le atravesó el cráneo y le hizo olvidar el dolor que sentía en la rodilla derecha.

Cruzó la cocina y avanzó en dirección al ruido, apoyando el peso en la pierna izquierda, ahora que no lo veía nadie. Había sido derribado por los mejores de la NFL: Hawk, Sims y Lawson. Y una lesión de nada en la rodilla no lo iba a alejar de la temporada que se avecinaba.

El terrible sonido procedía de su antiguo dormitorio. Abrió la puerta y frunció el ceño al ver una cuna portátil en mitad de la estancia en la que había planeado dormir esa noche. Se inclinó sobre la cuna. La niña parecía estar bien. No había olores horribles ni nadie que la molestara.

Observando a la pequeña llorona, se dio cuenta de que últimamente pensaba mucho en bebés. Y cuando pensaba en bebés, pensaba también en amor, matrimonio y en Maggie. Harry cumpliría pronto los treinta años y las mujeres no eran las únicas que acusaban el paso del reloj biológico.

En aquel momento deseaba con fuerza que su sobrinita dejara de llorar. No porque le molestara el llanto, sino porque lo asustaba. ¿Estaría sufriendo la niña?

Vistos de cerca, los bebés daban miedo, sí. Eran frágiles e inquietos. Con suerte llegaría alguien al rescate. Si tomaba en brazos a la bebé, podía hacerle daño sin querer. Él sabía muy bien lo que tenía que hacer con balones de fútbol americano, pero los bebés eran otra cuestión.

—¡Buaaaaaaaaa!

¡Maldición!

Aparte de para buscar ibuprofeno, había entrado también para alejarse de su hermano adoptivo y supuesto amigo Aaron, y de la nueva prometida de este, Maggie; la chica que Harry pensaba que debía casarse con él, no con Aaron. Maggie había vivido de niña en la casa de enfrente de la de ellos. Había sido vecina de Harry, y este la consideraba su chica, su futura esposa, no la de Aaron.

Harry se había enterado hacía poco de que Maggie y Aaron pensaban casarse pronto ante un juez. Al parecer, se habían ido a vivir juntos no hacía mucho.

Había creído que sería capaz de soportar aquella fiesta que había organizado su madre para celebrar el compromiso, pero se había equivocado. Verlos juntos lo ponía nervioso, le hacía sentir cosas que no quería sentir.

—¡Buaaaaaaaaaaaa!

Garrett, el segundo de los hermanos que se había casado hasta la fecha, había sido el primero en tener un bebé. Garrett los estaba dejando mal a todos haciendo que pareciera fácil encontrar el alma gemela. Pero encontrar el alma gemela era como buscar un diamante perdido en una playa de treinta kilómetros llena de gente. Una misión imposible.

Muchos de sus amigos que creían haber encontrado a su “media naranja” estaban ya divorciados.

La niña seguía llorando. Se llamaba Bailey. Podría haber sido peor. Sus padres podrían haberla llamado Apple o Saturn. Bailey estaba tumbada boca abajo, pero eso no parecía afectar a sus cuerdas vocales.

—Vamos, vamos —dijo Harry. Le frotó un poco la espalda con timidez.

La niña lloró más fuerte.

—Eres una gritona, ¿eh?

Harry la miró, intentando averiguar cómo tomarla en brazos. Era el quinto de diez hijos. Había tenido bebés en brazos muchas veces, principalmente cuando era más joven. Simplemente le faltaba práctica; eso era todo.

La cabeza de la niña era del tamaño de un melocotón grande o un melón muy pequeño. Hasta tenía una ligera pelusa en la parte superior. Harry le tocó la cabeza, palpó un bulto y retiró enseguida la mano.

Los gritos de la niña aumentaron de volumen.

—Solo quería que te sintieras mejor —suspiró él—. Pero no temas, ya lo pillo. Eres una chica y eso es lo que mejor se les da a las chicas… hacer mucho ruido.

—Muy gracioso —dijo una voz femenina desde el umbral de la puerta.

También es mi hijo  || H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora