—No es nada del otro mundo —contestó Jake—. Nos encontramos por casualidad el otro día.
Cliff se rascó la barbilla.
—¿Vais a ir a patinar? ¿La gente sigue haciendo eso?
Los mellizos rieron. Jake no, por supuesto. Harry tampoco, porque seguía intentando averiguar cómo podían estar tan ciegos sus hermanos en lo referente a Maggie y a él y cómo habían podido olvidar lo que habían compartido entonces. Todos ellos y Maggie habían estado a menudo juntos en aquella época. Y Harry no recordaba ni una sola vez en la que Aaron y Maggie hubieran pasado más de unos minutos juntos a solas. La única razón por la que él, Harry, no había ido a intentar conquistarla era el juramento, ese mismo juramento que acababa de descubrir que él era el único que se había tomado en serio.
****
Los cuatro tardaron una hora en amueblar el nuevo apartamento de dos dormitorios con una cama doble, una cómoda, un sofá, una mesita de café y una televisión con pantalla plana de cuarenta pulgadas. En la casa había ya frigorífico, cocina, lavadora y secadora.
Harry abrió la nevera y pasó latas de té frío a sus hermanos.
—¿Qué es esto? —preguntó Cliff—. ¿Es que no tienes cerveza?
—Quizá la próxima vez —contestó Harry, abriendo su lata.
—Quiere dar ejemplo mientras vive aquí —le recordó Brad a su hermano mellizo.
—Necesitas algo para decorar las paredes. Tengo un póster antiguo de Pamela Anderson que puedes colgar encima de la tele, pero quiero que me lo devuelvas cuando te vayas de aquí.
Harry no le hizo caso. Entró en su dormitorio nuevo, donde había una cama y una cómoda, pero, y eso era lo más importante, donde estaban también sus analgésicos, en la maleta guardada en el armario empotrado. No le gustaba tomar analgésicos. De hecho lo evitaba siempre que podía. Pero después de transportar sofás y mesas y subir y bajar muchas escaleras, la rodilla derecha le ardía. La semana anterior su doctor le había ofrecido inyectarle esteroides en la pierna lesionada para combatir el dolor, pero Harry había decidido que se guardara las inyecciones para alguien que las necesitara más que él. Había soportado dolores peores durante su carrera como jugador de fútbol americano y un poco de dolor de vez en cuando no le iba a hacer renunciar a su carrera. El fútbol americano era su vida, le había proporcionado una casa cómoda, había pagado la hipoteca de sus padres, y aunque su hermano no lo sabía, también pagaría la universidad de Jake. No, no permitiría por nada del mundo que unos cuantos analgésicos arruinaran todo aquello por lo que había trabajado tanto.
—¿Te duele otra vez?
Harry se tragó la pastilla y bebió un sorbo de té frío antes de volverse hacia la puerta. Su hermano Connor lo observaba apoyado en el marco.
—Estoy bien —contestó Harry.
Miró a su hermano mayor. Le sorprendía verlo, pues Connor aparecía muy poco en los últimos tiempos. Cuando lo hacía, solía ir con bata blanca, pues era ginecólogo y trabajaba muchas horas. Connor era el guapo de la familia y a Harry y sus hermanos les gustaba gastarle bromas sobre su cara bonita. Ese día llevaba un traje oscuro y una corbata de seda azul brillante.
—Me alegro de que hayas venido —dijo Harry—. ¿Tienes una cita interesante?
Connor le dedicó una sonrisa torcida.
—Nada de citas. He estado en un congreso no muy lejos de aquí. Mamá ha dicho que necesitabas ayuda para mover muebles, pero me parece que he llegado demasiado tarde.
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También es mi hijo || H.S
RomanceDe niña, Clare Garrison nunca había soñado despierta con la boda perfecta. Había soñado con tener un bebé. Niño o niña, daba igual. Desgraciadamente, su prometido no podía tener hijos. Clare estaba decidida a cumplir su sueño y pasó años buscando un...