Capitulo 16

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Al día siguiente, era ya mediodía cuando Clare salió de su dormitorio a la sala de estar.

-Estás viva -comentó Sandy.

-Por los pelos.

-Ryan no te ha dejado dormir, ¿eh?

-No he podido cerrar los ojos - Clare se sentó en el sillón enfrente del sofá donde estaba sentada su amiga-. ¿Qué he hecho?

-Cuidar de un recién nacido es difícil al principio, pero luego todo mejora, se vuelve más fácil.

Clare negó con la cabeza.

-Tú no lo entiendes. Creo que no le gusto a Ryan.

-Pues claro que le gustas -Sandy sonrió-. Simplemente tienes que acostumbrarte a tener un niño.

Clare sopló para apartarse el pelo de los ojos.

-Necesito café.

-No creo que sea buena idea dando el pecho.

-Ya no doy el pecho.

-¿Desde cuándo?

-Desde algún momento de la noche. Y ahora Ryan está durmiendo. Me odia- Clare enterró la cara en las manos.

Sandy se acercó a ella y le dio una palmadita en el hombro.

-Oh, tesoro, no te odia. Todo irá bien. Te prepararé un té caliente y huevos revueltos -se dirigió a la cocina.

-Yo nunca me siento así -comentó Clare-. Estoy muy cansada... y deprimida.

Desde que nació Ryan, tengo ganas de llorar. ¿Qué me ocurre?

-Tiene cuatro días. Dale tiempo.

Clare miró su imagen en el cristal de la ventana. ¿Quién era la mujer que le devolvía la mirada? ¿Qué había sido de Clare Garrison, la chica elegida "con más probabilidades de triunfar" en el instituto? ¿Qué había sido de la joven llena de energía que tenía montones de chicos dispuestos a acompañarla a su baile de presentación en Nueva York?

Se levantó e hizo una reverencia. No sirvió de nada. A sus veintiocho años, estaba ya acabada.

-¿Te encuentras bien? -preguntó Sandy, mirándola desde la cocina.

Clare se volvió a hundir en su sillón favorito.

-Muy bien. Muy bien.

-Cambios hormonales, una pequeña depresión postparto, eso es lo que tú tienes - le aseguró Sandy-. A ti no te pasa nada. Después de comer, te darás una ducha y enseguida te sentirás como una mujer nueva.

Sonó el móvil de Clare, pero antes de que pudiera contestar, el llanto procedente del dormitorio le anunció que se había acabado el descanso. Ignoró el móvil y entró en el dormitorio.

-Luego se vuelve más fácil -le gritó Sandy-. Te lo prometo.

Clare no la creyó. Su amiga solo pretendía reconfortarla. Y si Ryan le dejaba dormir media hora seguida, seguro que podría con aquello.

Solo media hora y todo iría bien.

Tres horas más tarde, después de haber comido un huevo y haber dado un paseo por el parque mientras devolvía llamadas telefónicas, se sentía algo mejor. Al menos tenía el pelo limpio y había conseguido cepillarse los dientes antes de que Ryan empezara a llorar de nuevo. Su hijo tenía unos pulmones que sin duda había sacado del lado paterno de la
familia.

Clare se había criado en silencio, porque en su familia nadie hablaba ni interactuaba.

La mayoría de los días se podía oír un alfiler que cayera al suelo. A su hermana y a ella les
habían enseñado a bajar la voz y controlar los sentimientos en todo momento. A los niños había que verlos pero no oírlos. Cuando las sorprendían armando jaleo o riendo demasiado fuerte, algo poco corriente, las castigaban diez minutos a la silla de madera.

Clare se quedó un momento al lado de la cuna viendo llorar a Ryan. ¿Qué habían hecho sus padres cuando lloraba ella de pequeña? Había leído muchos libros sobre cómo ser madre. Se había asustado al no sentir el vínculo instantáneo que las enfermeras del hospital decían que sentían la mayoría de las madres con sus bebés recién nacidos. Ella no sentía una conexión, pero quería sentirla. Lo deseaba más que nada en el mundo. Había anhelado tener un bebé casi toda su vida y ahora, en aquel momento, no podía recordar por qué.

Su hijo ni siquiera se parecía a ella. Quizá le habían dado el niño de otra. El corazón le latió con fuerza. Miró la pulserita del bebé y comparó el nombre y los números con los de ella. Se correspondían.

-¿Qué ocurre, Ryan? ¿Qué te pasa?

Lo tomó en brazos, le besó la frente e inhaló su olor a bebé mezclado con el olor a talco para niños. Entró en la sala de estar, donde Lexi, la hija de Sandy, estaba sentada en el suelo coloreando un libro.

Unos metros más allá, Sandy estaba sentada en un sillón con las piernas dobladas debajo del cuerpo. Estaba ayudando a Clare a escribir su columna mensual.

Clare rezó interiormente para que Ryan y ella pudieran estar algún día así de relajados y tranquilos.

Sandy dejó el portátil y se puso de pie.

-Voy a por su biberón. ¿Cómo va todo?

-El doctor ha dicho que, mientras coma y le cambie el pañal, no debo preocuparme porque llore mucho.

El sonido de alguien que hablaba fuera atrajo la atención de las dos. Sandy se acercóa la ventana y se asomó entre los huecos de la persiana.

-¡Oh, Dios mío! No me lo puedo creer. Es él.

También es mi hijo  || H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora