Capitulo 38

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Clare tendió los brazos hacia Ryan y Harry se lo pasó.

—Mañana tiene su primera cita con el pediatra –contestó ella.

—Espere aquí —dijo la mujer—. Le diré a mi esposo que le anote mi número por si tiene alguna vez alguna pregunta o algún problema.

La mujer se alejó antes de que Clare pudiera protestar.

Quince minutos después, esta se despedía de sus nuevas amigas mientras Harry ayudaba a Sandy a guardar en el maletero del coche la bolsa de basura y las tazas y cucharas de plástico no utilizadas.

—Chelsey me ha puesto un mensaje. No puedo creer que Clare la haya despedido —dijo Sandy—. Estamos escasas de empleados.

—No me sorprendería que la readmitiera antes de que acabe el día —contestó él.

—Espero que tengas razón. Y espero también que te des cuenta de que todo esto es por tu culpa.

—¿Qué he hecho ahora?

—Despedir a Chelsey no ha tenido nada que ver con que trajéramos a Ryan al parque y sí mucho con que Chelsey flirteara contigo y tú con ella.

Harry cerró el maletero y soltó una carcajada.

—Me parece que no conoces a Clare tan bien como crees. Me odia.

Sandy suspiró.

—Conozco a Clare mejor que la mayoría de la gente y sé lo que he visto hoy —Sandy lo miró a los ojos—. Si le haces daño, haré todo lo que esté en mi poder para que te aleje de Ryan para siempre.

—Entendido. Pero ya te he dicho que estás equivocada.

Harry se volvió hacia Clare y la observó meter a Ryan en el carrito y colocarle la manta hasta que pareció satisfecha. Cuando terminó, alzó la vista y sus ojos se encontraron.

El rostro de la joven se iluminó con una expresión de placer y de algo más que Harry no había visto antes allí. ¿Era posible que Sandy tuviera razón?

***

Harry y sus hermanos se reunían una vez a la semana a jugar al baloncesto en la cancha cubierta que tenía él en su casa de Malibu. En aquel momento, Harry estaba debajo de la canasta y pedía la pelota... una vez más. La tenía Brad, y en vez de pasársela como haría un buen compañero de equipo, fue botando con ella hasta la línea de los tres puntos y lanzó de nuevo.

—¡Canasta! —gritó Zoey.

Las dos hermanas, Zoey y Rachel, se habían ofrecido a cuidarle la casa a Harry mientras estaba fuera. Zoey disfrutaba viendo el partido y animándolos siempre que tenía ocasión.

Harry, que jugaba de defensa, corrió hasta el otro extremo de la cancha y pidió que le lanzaran la pelota. Pero nadie le hizo caso.

Su hermano Lucas, más mayor que él, un verdadero científico espacial, se hizo con la pelota y consiguió dos puntos para el equipo contrario. Cuando Harry logró por fin tener la pelota y corrió botándola hacia la canasta, Rachel entró en la cancha y gritó:

—¡El desayuno está listo!

La cancha se vació en cuestión de segundos. Harry se paró en la línea de los tres puntos.

—¡Eh! ¿Es que no podéis esperar a que termine el partido?

Brad tomó una toalla limpia de un montón que había cerca de la puerta y se limpió la cara.

—Adelante. Lanza. Yo te miro.

Harry dobló las rodillas, enderezó los hombros, y lanzó su primera canasta del día, a pesar de que había jugado durante dos horas.

Fue un buen lanzamiento. La pelota entró en la canasta.

Se volvió sonriente, pero Brad ya había ido a reunirse con los demás. Nadie había visto su magnífico tiro. De no ser porque eran su familia, habría dejado de hablarse con todos ellos.

Fue a la cocina, donde Zoey y Rachel hacían tortillas y cuatro de sus hermanos comían ya sentados a la mesa.

—¿Lo de siempre? —preguntó Zoey al verlo. Rachel y ella, aunque no las más jóvenes de todos, seguían siendo para Harry sus niñas pequeñas, las mimadas de la familia. —Gracias, pero no quiero nada —contestó él—. He comido cereales antes de venir. Creo que volveré a mi apartamento a buscar algunas cosas.

Zoey dejó la espumadera en la encimera de granito.

—No irás a volver ya a la casa, ¿verdad?

No, él no pensaba mudarse de momento.

—¿Por qué? —preguntó—. ¿Habría algún problema si fuera así?

Jake tomó un trago de zumo de naranja.

—Creo que Rachel tiene una cita sexy esta noche con Jim Jensen.

—Espero que no — Harry sonrió.

Todos guardaron silencio.

Su hermana arrugó la frente con preocupación. Harry se dio cuenta de que Jake hablaba en serio y sintió una oleada de calor. Jim Jensen era un quarterback novato, que acababa de empezar a jugar con los Condors. Estaba esperando que Harry se rompiera una costilla o tuviera una mala caída para ocupar su lugar como quarterback principal.

—Él nunca te ha hecho nada —dijo Zoey.

—Es verdad —asintió Rachel—. ¿Por qué lo odias?

—¡Por el amor de Dios! Ese chico es un resentido de primera.

Rachel puso los brazos en jarras.

—¿Por qué?

—Es un encantador de serpientes, una rata. No te acerques a él. Puedes encontrar a alguien mejor.

—¿Y si no quiero seguir tu consejo? —preguntó ella.


También es mi hijo  || H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora