21. Heridas

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(POV Serena)

21. Heridas

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—¡Bombón! —me llama Seiya una y otra vez. Conozco perfecto su voz, y suena desesperada —. ¡Háblame! Mierda, Bombón... dime algo, por favor.

Me sostiene la cabeza entre las manos y me mira a los ojos. Los suyos, azules y muy abiertos, parecen aterrorizados. Yo me quedo ida, embargada por una repentina sensación de entumecimiento, cansancio y alivio. Estoy en sus brazos, y como no deseo estar en ninguna otra parte, no me muevo.

—Bombón —me zarandea suavemente —. Estás en shock. Sólo dímelo, está bien... ¿qué pasa? —su mirada busca en el pasillo, probablemente mis cosas —. ¿Fue un asaltante? ¿es eso?

Ojalá lo fuera. Consigo negar con la cabeza y me doy cuenta de que necesito explicarme. Pero... ¿explicar? Explicar...¿cómo hago eso? ¿puedo hablar siquiera?

Oigo cuchicheos en el fondo del corredor y Seiya echa un vistazo. Una familia de tres va entrando a su apartamento y nos mira con temor y curiosidad. Seiya bufa, me coge en brazos como si yo pesara menos que una pluma y cierra la puerta tras de sí con el pie.

Todo son manchones de colores para mí. La alfombra, el azulejo de la cocina, los sofás... no soy capaz de reconocer nada, salvo el olor. El olor a él y a hogar tibio es lo único que me calma. Lo único que no consigue que me ponga a gritar como desquiciada. Seiya me deposita con cuidado en el suave sofá y luego desaparece. Yo miro un instante la televisión. Hay un partido de la NFL a todo volumen. Él vuelve, la apaga con el control remoto y todo queda en un tenebroso silencio. Luego, me envuelve en una toalla grande y gruesa. Había olvidado que estoy empapada.

Seiya se arrodilla frente a mí.

—¿Quién te hizo esto, Bombón? —me pregunta lenta y claramente, como si yo no fuera capaz de hacer una suma básica. Y en cierta forma tiene razón, no siento que pueda pensar —. ¿Fue Diamante?

¿Eh?

Parpadeo. Gotitas de agua caen de mi fleco y de mis pestañas.

—Diamante —repito en un gemido, un susurro, como si ni yo fuera capaz de recordar su nombre, el mío o el de quien fuera.

Seiya, dominado por una rabia instantánea, comprime y tensa los músculos de los brazos. Se pone de pie con agilidad y exige:

—¿Dónde está ése maldito?

Le miro consternada. De pronto ha vuelto el miedo, no por mí, miedo de lo que Seiya le pueda hacer a Diamante. Cosa absurda, pues aunque quisiera no podría llegar a él. Aun así me impacta.

¡Habla! Me ordena mi subconsciente. La señal llega tarde a mi cerebro, pero lo consigue.

—No... —grazno, con la voz hecha trizas. Igual que todo lo demás —. No... él no fue...

Seiya se toma un minuto para escucharme, aunque percibo su impaciencia y su cólera por todos los poros de su piel. Exuda una sed de venganza que me apabulla. Nunca lo había visto así.

—¡No lo encubras! —me grita haciéndome saltar.

Eso me hace reaccionar y paso saliva dificultosamente. El frío me tiene tiesa, muda.

Levanto el rostro.

—Él está en Hong Kong —le explico torpe —. No fue él... no fue él. No fue un asalto... fue... —repito incoherentemente.

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