38. Confianza

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(POV Serena)

38. Confianza

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Mientras ojeo mi guardarropa, siento otra vez la bochornosa sensación de deja vú. Las semanas pasadas fueron una pesadilla. He visitado floristas, maquillistas, peinadoras y lugares diversos de decoración. He pisado al menos diez salones y terrazas de fiesta y probado muchos pasteles y vinos. Lo último no es precisamente una queja, con lo mucho que me gusta comer, pero ahora me cuestiono seriamente si me entrará el puñetero vestido de la dama de honor. Es algo ajustado, y en color verde menta. Es fresco y alegre, ideal para una boda en principios de la primavera.

Sí... aquí estoy otra vez. Sonriendo a la futura novia cuando no me causa mucha emoción los lirios o las azucenas, dando mi opinión cuando no veo ninguna diferencia entre color perla o el hueso en las servilletas, o en cuál será la canción más romántica a elegir para el primer baile, si una moderna de Bruno Mars o una clásica de Frank Sinatra.

Igual lo hago. Todo y de buen modo. Porque si hay algo de lo que me puedo jactar con gran orgullo, es que nunca incumplo mis promesas. Lita se lo merece. Yo, por otro lado, merezco un descanso... y mi preciosa libertad. Gracias al cielo al fin es viernes, pero no podré zafarme de este compromiso reglamentario que supone ser la dama de honor.

Para bien o para mal, he tenido que preguntarle a Lita si le apetece organizar una despedida de soltera. Ella ya me había advertido detalles, como que no tenía ninguna amiga de confianza hasta que me conoció, y tampoco parece ser del tipo que le guste irse de parranda. Aquello me tranquilizaba, pues sé que a lo mucho, si me decía que sí, iríamos a algún boliche o al cine sólo las dos juntas. El problema, es que sin querer se lo pregunté estando presente Unazuky, mi impertinente y entusiasta asistente. Lita, en su infinita amabilidad, no dudó en invitarla y ahora iríamos las tres. Tal vez una cena con unas cuantas copas para brindar. Hasta ahí no iba tan peor la cosa...

Pero la emoción que agregó Una a la ecuación sólo sirvió para entusiasmar más a Lita, y me pidió que por favor también invitara a Minako, aunque no fuera amiga suya. Le caía bien y según ella, no dudaba que le aportaría cierta "chispa" a la pequeña fiesta. Con cierta sorpresa y obviamente muy halagada, Mina también aceptó. De modo que ahora seríamos cuatro... dos normales y dos locas.

Lo cual quería decir que sería una despedida de soltera en toda la extensión de la palabra, y estaba entrando en pánico.

Yo jamás había organizado nada de eso. Minako no me dejó. Me conocía lo suficiente para saber que yo lo echaría todo al traste con mis geniales ideas, opuestas a las suyas, y antes de que las pusiera en una alfombra a leer a Jane Austen con unas divinas tazas de té, le pidió a una amiga suya de la universidad que lo hiciera. Una tal Katrina, o Katherine, no me acuerdo cómo se llamaba. Era algo presuntuosa y tenía mucho dinero. Fue todo lo grande, en la sala privada de una discoteca llena de globos gigantes y metálicos de corazón, juegos atrevidos, tragos de colores por montones, un bombero que claramente no era bombero (salvo por el tamaño de su manguera, quizá) y que descontroló las hormonas y el buen juicio de todas.

Para resumirlo: ese día perdí mi celular, canté muy alto y muy desafinado, vomité en un buzón y la resaca me duró una semana. Francamente, no sé cómo sobreviví.

Dejo los recuerdos a un lado y elijo un atuendo clásico: un vestido corto y gris oscuro de tela gruesa que lleva un bonito cinturón delgado, color rojo brillante. Debajo, traigo medias semi transparentes y elijo unos botines negros de charol. Mi conjunto es apropiado para una cena, en un restaurante elegante como el que me recomendó Setsuna. Ella no puede equivocarse, tiene un excelente gusto.

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