24. Ruptura

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(POV Serena)

24. Ruptura

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Me despierto con un grito ahogado contra la almohada. La pesadilla no es específicamente algo en concreto, sólo recuerdo que me rodea una oscuridad aplastante y yo voy corriendo y corriendo, sin aliento, por un camino que desconozco y no tiene fin. Mi corazón parece que se me va a salir del pecho, y tardo mucho en volver a calmarme, incluso a atreverme a cerrar los ojos. Miro la pantalla de mi celular: las cuatro y seis de la mañana. Llevo muy poco tiempo dormida. No tengo ninguna llamada de Diamante, y como no he puesto el pestillo en la puerta, estoy segura que ni siquiera ha vuelto. Inspiro hondo y profundo para sacar fuera todo lo malo de mi sueño y mantener bajo control mis emociones, y luego de una eternidad consigo dormirme un ratito más.

A las ocho ya estoy sentada en el borde de esta cama, con las sábanas y la vida revueltas sin saber qué hacer. Debería llamar a Minako. O a mis padres. O... no, no puedo llamar a Seiya. No quiero meterlo en ésto. Bueno, lo que sea que haga, necesito un plan. Sé que no es la mejor manera de hacer las cosas —nunca lo fue—pero definitivamente no puedo quedarme una noche más aquí. Después de la bomba que he soltado ayer, lo lógico es que me marche.

Camino hacia la enorme habitación. Todo está exactamente como lo dejé ayer. A pesar de sus palabras hirientes, me siento realmente mal por lo ocurrido. Saco mis viejas maletas del armario, y empiezo a echar la poca ropa que me queda (deprimente, pero práctico en momentos como éste) sin preocuparme mucho por si van bien dobladas o no. No toco ninguno de sus obsequios, los perfumes y bolsos LV, la ropa e incluso la lencería francesa se queda donde está. No quiero llevarme nada de eso. No lo merezco y no lo quiero. Me aseguro de llevar mi poco maquillaje, el cofrecito de los tesoros y los cinco libros que más me gustan. Sonará algo melodramático, pero realmente no sé si pueda recuperar el resto. Diamante me ha mostrado un lado suyo que desconocía. ¿Quién de qué será capaz?

Separo de mi ropa un atuendo básico de la vieja yo: Unos entallados jeans desgastados, camiseta de algodón y una cazadora verde militar con capucha. También saco unas deportivas blancas y mis calcetines de gatitos.

El agua de la ducha apaga momentáneamente mi conexión con la realidad. Es calientita y curativa, y cae sobre mi cuerpo limpiando el cansancio de la noche en mi piel. Qué bien me sienta. Durante un momento, un breve momento, puedo fingir que todo estará bien. Me lavo el pelo y para cuando termino me siento mejor, más fuerte, lista para enfrentarme al tren de problemas que me esperan a partir de hoy. Me envuelvo el pelo en una toalla, me seco rápidamente con otra y luego de ponerme crema hidratante me visto a prisa y me peino con el secador.

Es muy tétrica la sensación de recorrer este lugar, totalmente vacío y huyendo como un ladrón. ¿Debería dejarle una nota? ¿Le importará si me marcho así? ¿Intentará encontrarme? Sacudo la cabeza mientras llega el elevador. Al mal paso es mejor darle prisa. Sea lo que sea, hable con él o no, le guste o no, mi decisión debe ser definitiva. No puedo echarme atrás.

—Buenos días, señorita —me saluda el amigable portero que siempre está en el flamante vestíbulo en el turno matutino, una vez que cruzo el ascensor con dificultad—permítame, le llevo el equipaje al auto...

—No es necesario, gracias —le corto inmediatamente—. Sólo quería que le devolviera esto a Di... al señor Black.

Le tiendo la tarjeta de acceso al ascensor y la llave dorada. Ni siquiera pude ponerle un llavero.

Me mira de arriba abajo, con una combinación de asombro e incredulidad.

—¿Se marcha sola? —no es capaz de ocultar su curiosidad.

ROOMIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora