33. Intervención

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(POV Serena)

33. 

Intervención

Oh, el amor.

Es todo un enigma. Bendición y maldición. Pero sobre todo, es capaz de obligarnos a hacer tantas tonterías de las que después nos arrepentimos. Tatuajes. Deudas. Regalos ridículos. Escribir sonetos y en los casos más escandalosos, amenazar con aventarnos a las vías del subterráneo o algo así si ésa persona nos abandona o nos deja de querer. En el mío, acceder a éste calvario ha sido uno de los peores errores que he cometido, y miren que he cometido muchos.

—¡Vamos, Bombón! —oigo que me grita Seiya, muchos metros delante de mí —. ¿Has visto a este tipo que te ha rebasado? ¡Tiene como cincuenta años! —se queja de mi lentitud... otra vez.

Y yo reprimo una maldición... también otra vez.

Son como las siete y cuarto de la mañana. El aire es tan helado que parece que me arranca la cara a tiras, y debajo de la sudadera estoy sudada como un maldito pan chino. Cojo bocanadas de aire, pero no logro recuperarme para mantener el ritmo. Los músculos de las piernas me duelen como el demonio y siento que en cualquier momento voy a vomitar un pulmón. Esto es espantoso. La gente que sale a correr merece una conmemoración... o la extinción de su especie. No sé.

Al fin me rindo.

Bajo la velocidad de mi "trote" —si se le puede llamar así a mis brazadas de espantapájaros—y me detengo. Pongo las manos sobre las rodillas mientras el corazón me bombea frenético en la garganta y mi respiración sufre. Maldito Seiya. Y maldita yo, por andar con las ideas cursilonas de "pasar más tiempo juntos", porque claro, no me detuve a pensar que eso significaba también hacer cosas que le agraden a él y no sólo a mí. Como correr. Y ahora no me queda de otra más que morir.

Una anciana en traje deportivo a juego me mira por el rabillo del ojo, y me sonríe cuando me rebasa con su caminata. Estoy tan machacada que cuando se la devuelvo, ya va dando vuelta en la siguiente curva.

En menos de lo que canta un gallo, él retrocede y ya lo tengo gritándome como un sargento a su pelotón:

—¡Venga, Bombón! ¡Son seis kilómetros! ¡Sólo te faltan tres y medio!

¿Más de la mitad? Ni loca. Tengo la sensación de que necesitaré llegar a casa en una ambulancia.

Ni siquiera le respondo. Salgo de la pista y me arrastro hasta que me dejo caer en el césped del parque. Está húmedo por el rocío matutino, pero es refrescante.

—Oh, por favor... eres una dramática.

—Cierra el pico —jadeo.

—Prometiste que...

—Prometí que lo intentaría, y aquí estoy ¿no? Ya está, lo intenté y no puedo más —le espeto con la voz entrecortada y los ojos cerrados. Mi pecho sube y baja desaforado. Voy a requerir una tonelada de azúcar en las venas para ponerme de pie, o RCP.

Siento las pisadas de sus tenis en el barro.

—Bombón —me regaña —. Si no te esfuerzas, nunca vas a tomar condición.

—Perfecto, no estoy interesada en tenerla.

—Levanta el culo y muévete. ¡Vamos! —me grita en el mismo tono autoritario de entrenador, pero yo le ignoro. Cuando al fin puedo hablar con normalidad, me apoyo en los codos y le miro desde mi humillante posición.

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