31. Límites

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(POV Serena)

31. 

Límites

A pesar de hacer un poco de frío, hoy es una de las mañanas más bonitas que he visto en meses. El sol es brillante y el cielo está muy limpio. El aroma a tocino frito invade la cocina y mientras preparo el desayuno, le echo vistazos ocasionales a una serie cómica que están pasando en la televisión a ésta hora. Me río incluso con los diálogos más insulsos, y es que estoy tan estúpidamente feliz...

He dejado a un agotado Seiya dormir otro rato, y es que se veía tan adorable abrazado a su almohada, como si fuera un niñito, que no le quise despertar. Anoche, por supuesto, también estuvimos particularmente ocupados en nuestra nueva actividad recreativa favorita. Una vez superada la prueba del primer intento, el sexo se volvió algo tan natural que diría que es hasta adictivo. No importa cuántas veces lo hagamos, nunca son suficientes para sacarnos las ganas. Seguramente eso tiene que ver con mi exagerado buen humor de ésta mañana. Las endorfinas generadas hacen que me sienta rozagante, cual crisantemo al rocío. Han logrado incluso que me haya puesto muy hacendosa, pues tengo en la mente muchas cosas qué hacer hoy.

—No, bueno... pero creo que sigo dormido —irrumpe Seiya en la cocina con voz soñolienta y tallándose aun los ojos —. ¿Tuuuú haciendo el desayuno?

—Te mereces un descanso, esclavo —lo pincho dándole la espalda.

—Gracias, señora —le oigo más cerca de mí mientras revuelvo los huevos. Pone una mano en mi cintura y me besa la coronilla del pelo para darme silenciosamente los buenos días mientras estira el brazo para buscar una taza.

Me estremezco y cierro los ojos.

—¿Hago café? —pregunta, y tardo algo en responderle. Me ha dejado atontada, como siempre que hace algo así.

—Eh... ya está —le señalo la cafetera. Seiya abre los ojos como platos.

—Te digo yo, hoy habrá una lluvia de estrellas fugaces o algo —coge con un tenedor y examina la carne. En cuanto la muerde hace un ruido exagerado —. Ya decía yo que nada puede ser perfecto —se burla de mi tocino quemado. O como yo le llamo, sólo es versión crujiente.

Me sonrojo.

—No seas pesado. ¡Todo lo demás está bien!

—Ya veremos —me sonríe mostrando sus perfectos hoyuelos maliciosos. Mi corazón se acelera y vuelvo a mis labores para disimular el efecto que causa siempre en mí. Ahora más que nunca.

Comemos tranquilamente mientras me cuenta una anécdota de un amigo suyo del bar, pero yo estoy ansiosa por sacar otro tema de conversación. Finalmente, aprovecho que hace una pausa con su café para hablar.

—¿Y... hoy trabajas? —le pregunto. Ahora sus horarios cambian cada semana y nunca me los sé.

Niega con la cabeza sin alzar la vista.

—Sólo tengo que darle clase al hijo de los vecinos de abajo, y creo que estaré libre.

—¡Qué bien! —no puedo fingir mi exagerado entusiasmo picoteando la comida.

Seiya me mira.

—¿Y tú?

—Pues pensaba ir a cortarme el cabello. ¡Mira lo raro y largo que lo tengo! —me quejo sacudiendo una de las coletas que me caen por la espalda.

—Bah, yo te veo igual que siempre —se encoge de hombros.

Enarco una ceja.

—¿Eso qué significa?

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