34. Ilusiones

337 31 95
                                    


(POV Serena)

34. Ilusiones

Apago la estufa y a la par inhalo y exhalo, en un vago intento de liberar mi tensión.

Echo un vistazo hacia la sala, donde Seiya sigue hundido en el sofá. Ahora tiene una mano sobre la frente, la otra sigue sosteniendo la cerveza. No puedo verle el rostro. No sé muy bien qué debo hacer, pero sí sé que no tengo opción en dejarlo estar. Quiero hablar con él, pero para eso necesito que él quiera hablar conmigo. No pelear.

Casi de puntillas, me aproximo hacia la estancia.

—Seiya —le llamo, en una voz tan apagada que no sé si podrá oírme.

Lo hace.

Se incorpora con pesadez, como si acabara de despertar de un aletargado sueño. Luego deja caer la cabeza sobre el mullido respaldo. A pesar de su lenguaje corporal, entre fastidiado y de hartazgo, sus ojos no traslucen ningún brillo peligroso. Me mira y extiende una mano, dando un golpecitos que me invitan a que me siente. Sonrío para contrarrestar la expectación rara que me provoca.

Me acomodo en la orilla, pero él deja escapar el aire, o tal vez es una risa.

—Bombón... no voy a comerte —replica suavemente, para luego añadir—. Bueno, no a menos que tú quieras.

Un agradable cosquilleo me brota en el estómago. El modo en el que la tenue luz de la única lámpara ilumina su rostro hace que me den ganas de alargar la mano y tocarle, pero no sé si es buena idea.

—¿Estás bien? —pregunto, quedando casi pegada a él.

—Sí —dice, y yo sigo aguardando su furia.

Gruñe y se aparta unos mechones rebeldes que se le han soltado de su cola de caballo. No parece querer hacer combustión espontánea como hace un momento.

Tres minutos o algo así después, sigo esperando que la bomba explote. Pero nada. Él sólo mira el techo con decepción.

—¿Vas a decir algo? —le pregunto, con la esperanza de interrumpir el extraño silencio.

—No te merezco —murmura sin volverse.

—¿Qué? —replico, con el corazón latiéndome a toda prisa.

Él gira un poco la cabeza, y me contempla con detenimiento.

—Que no te merezco, y... —repite, y se detiene a media frase. Yo subo las piernas al sofá, inquieta.

—¿Por qué dices eso? Seiya... ¡hey! —le llamo, alzando la voz y tocando su hombro para que me haga caso—. No digas eso. ¡Nunca!

—¿Por qué no? Es la verdad —afirma con voz endeble.

—No lo es —Dios, cómo me duelen sus palabras.

—¿No? —sonríe con amargura —. Mi hermano menor y mi novia tienen que salvarme el maldito culo, en vez de que yo sea quien resuelva mis propias mierdas. Mierdas que tienen años caducadas. Y encima tienen que hacerlo a mis espaldas, porque como soy un idiota y no tengo arreglo, no les queda otro remedio. Soy un incordio para todos, y tienen razón.

Es curioso, porque generalmente él intuye mucho lo que estoy pensando sobre casi todo. Pero en situaciones importantes como ésta, donde se trata de los sentimientos, no tiene ni la más mínima idea. Es una contradicción que suele repetirse entre nosotros. ¿Cómo puede decir eso? ¿Cómo puede degradarse al punto que no acepta que le protejan o le ayuden por el simple hecho de ser quien es? No es sólo un cabezota testarudo, es realmente un asco que se considere tan inferior a los demás por cuestiones que le pueden pasar a cualquiera. Es humano, sencillamente.

ROOMIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora