7. Amigos

232 50 19
                                    


(POV Serena)

7. 

Amigos

Era perfectamente consciente del parpadeo de la pequeña luz azul que tintineaba en la pantalla de mi móvil. Seguramente tendría un mensaje de texto. Otro mensaje de texto. Quizá sería el primero del día, pero no el último. Pues igual a ése, había otros tantos que me habían estado llegando histéricamente y yo no había atendido ninguno de ellos.

Y no... no es que yo fuera paranoica ni que le debiera al banco. No, tampoco tenía ningún acosador ni nada por el estilo. Era simple y llanamente mi madre, tratando de contactarse conmigo por enésima vez. Y yo, como la buena cobarde que soy, siempre le decía que estaba ocupada trabajando o con [inserte aquí excusa estúpida y poco convincente] y ya la llamaría en cuanto pudiese. Cosa que evidentemente no había ocurrido, o no estaría dando y dando la lata...

Suspiré profundamente y enfoqué la vista en la pantalla de la computadora tratando de concentrarme en el trabajo. Era una mujer adulta e independiente, no tenía por qué temerle a mi madre. Los días en los que lloriqueaba por una baja calificación o por limpiar el sótano se habían acabado. Aunque ahora, por lo que me temía, prefería mil veces que me restringieran los videojuegos o me pusieran a sacudir telarañas. Pasé toda mi niñez queriendo ser adulto, y ahora sólo ansiaba desesperadamente volver a ser niña para evadir esto.

¿Y qué es ése eso? Se preguntarán. Pffff, pues no sé ni por donde empezar. De entrada, le debo a mamá una buena y tremenda explicación de por qué estoy viviendo con un hombre que ella no conoce en primer lugar, ni dónde. En segundo... en segundo...

Oigo unos tacones caminar hacia mí y me muerdo el labio.

—Serena —me llama Unazuky, con una mezcla en su cara entre la pena y la gracia —. Línea dos, es ella de nuevo...

—¡Diablos! —espeto, y me pongo roja. ¿Qué clase de madre le llama a su hija de veintitrés años al trabajo?

¿Qué clase de hija evade las llamadas de su madre? Me susurra mi subconsciente.

Le asiento con aires culpables.

—Claro, no te preocupes. Puedes trasferirla, ¿por favor?

Ella suspira aliviada y se dirige de nuevo a la recepción. Me pregunto cuántas veces le habrá insistido para que viniera hasta aquí.

Vuelvo a suspirar y trato de recordar lo que me enseñaron en una clase de yoga hace mil años sobre canalizar los chacras, antes de pulsar el botón de espera y poner mi mejor cara de póker para transmitirla en mi voz:

—¡Mamá, qué gustó escucharte! Sí, ya sé, he estado ocupada y... no, no, todo está bien. Sí, claro que me estoy cuidado... Mamá, sabes que odio las verduras. ¿Por qué dices eso? No... ¡mamá, no soy ninguna ingrata! Lo que pasa es que... vale, no llores... ¿oh, es en serio? Es que... lo sé, lo sé, perdóname. Claro que quiero verlos... Me muero por ver a papá y a ti... y a Sammy también, creo. ¡No, sí, estoy segura! Mamá, no hagas drama, es sólo que... bueno, es que... tengo planes con Mina el fin de semana, eso es to--¿eh? Sí mamá, ya sé que está casada. ¿Eso qué tiene que ver? ¡Dioses, madre, no! ¡No intento interferir con ningún matrimonio! Para, para... iré. Iré. Sí, te lo juro. De acuerdo... sábado a las dos. Sí... gracias. Sí... Te quiero también. Adiós.

Un segundo después de colgar y yo ya tenía una gran migraña. Los chacras no habían funcionado. Nada iba a funcionar, después de todo sólo sería una reunión familiar de pesadilla. Y yo tendría que ir si no quería que eventualmente dejaran de reconocerme como hija. Menuda mierda, porque en serio los echaba de menos.

ROOMIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora