19. Dudas

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(POV Serena)

19. 

Dudas

Estoy de pie delante de un enorme espejo con marco metálico tratando de darle cansinamente algo de forma a mi cabello, pero es demasiado largo. Si no uso los chongos con coletas, sería capaz de pisármelo mientras camino como si fueran agujetas. Ya estoy vestida y casi lista para salir al trabajo, y Diamante, detrás de mí y recién duchado, se está vistiendo. He amanecido en esta habitación más veces de lo que contemplaba, pero no me molesta. De hecho cada vez me gusta más estar cerca de él.

—¿Crees que me vería bien con el cabello corto?

—Te verías bien hasta con la cabeza rapada, preciosa —dice mientras se abrocha la bragueta.

Me doy la vuelta para mirarle. Él empieza a abotonarse una camisa negra satinada.

—Mentiroso.

—Si quieres cortártelo, hazlo. Es sólo cabello.

—No es sólo cabello... lo he usado así toda mi vida —me viro para echarme un poco de perfume.

Se acerca con andar pausado, me rodea con sus brazos, y sus ojos púrpura se encuentran con los míos en el espejo.

—El cambio también es parte de la vida. Soltar, dejar ir algunas cosas para que mejores puedan venir.

Algo me dice que ya no hablamos de un corte de cabello. Otra vez lo mismo... Sé a que viene esto. Y es que ayer por la noche, me pilló mirando anuncios de apartamentos.

—Sé que te gusta dormir conmigo —me susurra —. ¿Por qué quieres dar un paso hacia atrás?

Enrojezco, y la desagradable idea de que probablemente Seiya y Michiru ya lo hayan dado por su cuenta se forma inoportunamente en mi mente. Incluso me los imagino cocinando, mirando la tele y...

Aprieto los labios y Diamante me mira preocupado.

—¿Dije algo malo?

—Nada —niego con la cabeza. Mis labios se mueven solos antes de razonar concienzudamente mi respuesta —. Está bien. Me quedaré a vivir aquí.

—¿En serio quieres?

El rostro de Diamante muestra un incrédulo asombro. Parece que ganó la lotería, aunque seguramente nunca ha comprado un billete... ni lo necesita.

—Sí bueno... y para que dejes de molestar —digo en tono burlón.

Él tensa sus brazos alrededor de mi cintura y me besa el cuello varias veces. Su cosquilleo me hace reír.

—Gracias, preciosa —musita —. Te juro que no te vas a arrepentir. Por cierto, hoy tengo una cena con un cliente importante. ¿Vienes conmigo? Es a las ocho.

—Oh, me encantaría... pero debo visitar a Mina después del trabajo.

—¿No puedes verla mañana? —pregunta con cierto deje de suficiencia. Irritado incluso.

—Podría, pero quiero verla hoy —le miro con gesto incierto —. ¿Hay... algún problema?

Esquiva mi mirada y va a buscar su corbata al vestidor. Yo le sigo.

—Ninguno. Sólo... pensé que como siempre estás pegada a tu amiga, preferirías esta vez acompañarme. Es todo —me dice eligiendo una corbata del mismo color de sus ojos —. Supongo que debo aprender a no esperar lo mismo que le doy a las personas. Es un defecto que tengo desde mi niñez esperar mucho de los demás.

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