Capítulo 14

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Ya era momento de que la calle Arnsdorf presenciara la llegada y establecimiento completo del otoño... y del terror durante años escondido metros abajo, entre la penumbra por un tiempo disuelta en Dittersbach. La llegada de la muerte ya era rumorada por el viento, mientras ésta danzaba en la lejanía sobre el umbral de una puerta y con un par de sombras inquietas.

—Al fin despiertas, hija —dijo Gianna, una vez que había bajado de las escaleras para encaminarse a la sala—. Nunca antes habías dormido por tantas horas.

Aquellas palabras de su madre le estremecieron. Nerviosa, la pequeña se atrevió a responder.

—Hola, mami.

—Te sorprenderá saber que no comprendo del todo el motivo por el que casi a diario te duermes después de haber comido —comentó con cinismo, acercándosele. De pronto, se vio atraída por las imágenes en el televisor, por lo que se acercó a este y subió el volumen.

—No me siento del todo bien...

—Guarda silencio por un momento, Elena —interrumpió desinteresada.

—La localidad de Wolfsburg y otras aledañas, después de trece años, ha despertado el mayor temor de sus habitantes... —se escuchó en la televisión, motivando a Gianna a tomar asiento en uno de los sofás, sin perder atención—, pues esta mañana se localizó una decena de cadáveres empalados sobre la poca concurrida calle Dittersbach...

—Elena, no quisiera que vieras esto. Aunque es muy posible que te gane la curiosidad... —comentó y luego dio una carcajada. Pronto recordó aquel tétrico hallazgo en medio de su calle, hallazgo del que nadie se enteró y que desapareció antes de la puesta de sol.

La policía estatal —continuó el noticiero—, localizó estos cuerpos en el patio de una de las viviendas, gracias a múltiples llamados anónimos... Por el momento no se sabe nada del o los responsables, ni de los motivos que justifiquen estos lamentables crímenes... Se teme que esto sea obra de las aún fugitivas Hermanas Newirth.

—Espero ya te haya quedado claro lo que te dije esta tarde —comentó Gianna.

—¿En realidad estaremos bien? —preguntó preocupada la pequeña—. Dijiste que no estaríamos seguras.

—Elena, solo lo dije para asustarte —respondió divertida—. Pero mira, estaremos bien, esa localidad está muy retirada de aquí. La policía verá qué hacer, aunque para este tipo de casos sean una basura.

—¿Mi papá ya despertó?

—No. —Acentuó su sonrisa, al mismo tiempo que veía a su hija e intentaba percibir algún tipo de comportamiento extraño—. Aún duerme, y no creo que despierte en un largo rato.

—¿Puedo ir a verlo? —preguntó preocupada y levantándose del sofá. Desde que su padre la salvó de una tragedia, no había tenido oportunidad de hablar con él; sin embargo, su madre le negó esa posibilidad.

—Mejor ve un momento afuera, hija —sugirió observando el televisor—. Necesitas aire fresco.

A través del vidrio de la puerta principal, la pequeña pudo vislumbrar el tenue fulgor del cielo naranja reflejado sobre el pavimento y la acera. Un atardecer invadido por arreboles lograría arrastrarla hacia un estado de serenidad profunda.

Cuando tenía la oportunidad de salir y disfrutar de un momento así, no dudaba de aprovecharla. La placentera tarde representaba un momento inútil para uno de preocupación, temor y pánico, sentimientos arraigados por una amenaza de quien menos se lo esperaba.

La pequeña se encontraba en manos de los efectos secundarios de las sustancias que consumió con inconsciencia. No demorarían en hacer estragos y dejar una huella imborrable en su vida.

GUÍAME CON UN SUSURRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora