Capítulo 34

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Temerosa, a un costado de su cama y cubierta con su cobija, yacía Elena. Alumbrada era por la luz de la luna que ingresaba con delicadeza por la puerta del balcón. Sus pupilas dilatadas daban muestra de un sueño interrumpido

Necesitaba descansar y asimilar lo que su memoria lamentablemente había registrado. En medio de aquel descanso que consideró abstruso, sus recuerdos comenzaron un martirio. Elena compartiría con su padre la misma sensación que el tormento provocaba, diferenciándose solo en los hechos, hechos trágicos de marcas eternas.

Gianna pronto derruyó la faceta de buena madre con la que se había mostrado ante los miembros del circo, y volvió a hundirse en su arrogancia, ambición y falta de responsabilidad hacia su hija. Por supuesto que no dudó en burlarse de ella y de lo ridícula que se pudo haber visto en medio del tiroteo bajo la carpa.

Ensimismada y con la mirada perdida, Elena deseaba volver a resentir aquella ausencia de miedo, esa sensación cuya causa ya había perdido el interés por encontrar.

El sonido de pasos sobre la escalera que conducía a las habitaciones, rompió con la tranquilidad. No podría ser nadie más que Brayden. Al fin había llegado. Ese progresivo sonido de su caminar culminaba frente a la habitación de su hija. Necesitaba verla a pesar de haber perdido la noción del tiempo.

La puerta se convirtió en el centro de atención de Elena, quien de inmediato volvió a la realidad. Temblorosa, trató de levantarse de donde estaba para subirse a la cama.

—Elena —se escuchó un susurro detrás de la puerta, sucedido por su lenta apertura acompañada de un rechinido.

—¿Papá? —preguntó de la misma manera mientras alcanzaba a sentarse sobre un costado de la cama.

La puerta se abrió y Brayden entró aún aturdido, adolorido y ebrio. Se alegró al ver a su pequeña hija.

—Hola... Elena... —dijo acercándose con lentitud. Expedía un aroma a alcohol del que resaltaba una esencia de perfume femenino. Elena pronto lo percibió pero lo pasó por alto.

—Volviste a beber —mencionó al notar el hedor y se cubrió temblorosa con las cobijas.

Brayden llegó a la cama sin mencionar alguna palabra. Se sentó con delicadeza a un lado de Elena.

—Hoy no fue un buen día para ambos —dijo luego de un suspiro. Su mirada se perdió en el suelo y luego la volvió a Elena—. Lamento mucho haberte dejado sola...

—¿Qué te pasó, papá? —musitó volteándolo a ver.

—No lo sé —respondió percatándose del miedo de ella, por lo que la tomó de la mano y la apretó con levedad—. No pensé que me fuera a poner así... No me cayó muy bien lo que bebí y, por desgracia..., lo volví a hacer...

—Creí que te habían disparado... —dijo entre sollozos que anunciaban un recorrido de lágrimas a través de sus mejillas.

—Si así hubiera sido, me encontraría feliz sabiendo que te protegí.

—Lo hiciste —replicó y se le acercó para darle un abrazo, al cual él correspondió quejándose un poco del dolor.

—No. No lo hice y te abandoné.

—Estuviste todo el tiempo conmigo. —Se separó un poco de él—. No tuviste la culpa de lo que te pasó, nadie la tuvo.

—Sé que nadie la tuvo. Nadie se lo merecía. Quería que este día fuera especial e inolvidable para ti —comentó.

Elena extendió su mano hacia su lámpara.

—No será especial, papá, pero sí inolvidable —agregó al tiempo que encendía la lámpara. Volvió la mirada y se percató de las heridas y moretones en el rostro de su padre, y de pequeños rastros de sangre en el cuello de su camisa—. ¿Qué te pasó? —preguntó asombrada.

La tierna mirada de Elena motivó a Brayden a contarle lo que realmente le había ocurrido.

Para la pequeña, ese ya sería el segundo asalto. Brayden no podría darse el lujo de volver a mentirle y agregar un motivo más a su tormento. Por fortuna, se había librado de sus agresores gracias a una extraña llamada telefónica que recibieron y les hizo fugarse de ahí.

—Pasar por este tipo de cosas, Elena, podría volverse rutinario, mientras nos mantengamos aquí...

—Ya no quiero estar en este lugar, papá —interrumpió—. No quisiera que por culpa de esas malas personas te pase algo más grave. —Comenzó a derramar lágrimas.

—Algún día nos iremos...

—¿Cuándo?

—Muy pronto. Es algo que a mí también me gustaría: llevarte a ti y a tu madre a un mejor lugar, a uno más seguro que este, pero por ahora no es posible... Necesitamos reunir lo suficiente para librarnos de esta pesadilla —dijo mientras le limpiaba las lágrimas de los ojos—. Te prometo que nada malo nos pasará, hija...

—Después de lo que ocurrió, no creo que sea así, papá. Cuando mi mami me trajo, me dijo que ya nada podría salvar este lugar, que estamos perdidos porque la policía se está rindiendo. A diario anuncian en televisión los montones de cadáveres frente a los vecindarios... y sus frases misteriosas.

—Ella debe estar muy molesta.

—Lo está —dijo volteando hacia la puerta para asegurarse que su madre no estuviera presente—. Te llevaron a la carpa y te dejaron tendido en el suelo. Mi mami llegó y no le interesó lo que te pasó. Me tomó del brazo y me alejó de ti. Giselle la detuvo y le dijo que te habías desmayado.

—Tu madre sí está consciente del peligro que en todo momento hay allá afuera. Se negó a ir a la función y además me pidió que no fuéramos. Tenía motivos para molestarse...

—Ya nada puede ser seguro allá afuera, papá. Ni lo más inocente puede serlo.

Ni lo más inocente puede serlo.

GUÍAME CON UN SUSURRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora