Capítulo 55

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La lista que Elena aguardaba en su mente, había llegado a su fin. Las Hermanas Newirth ocupaban un lugar muy importante en sus consideraciones, en su inconsciente, un lugar muy especial. Ellas eran a quienes más odiaba por encima de todo, y de quienes no desaprovecharía la oportunidad para hacerse de ellas y demostrarles lo que más deseaban.

A la fecha, esperaba el momento en que pudiera encontrarlas de nuevo. Elena debía despejar la duda que le dejó el inesperado y último encuentro en su casa de Arnsdorf. Desde aquel entonces su estado de alerta había de prevalecer todos los días en ella, hasta descubrir a la misteriosa persona que se encargaría de sus padres.

Ante la llegada de la puesta de sol, Elena descendía y jugaba con su silla de ruedas por todos los pasillos del sitio. Rememoraba los momentos en que jugaba junto a su mejor amigo. A él le hubiera gustado divertirse con ella en un lugar y con una silla que le resultaría algo nuevo.

Andando a toda prisa por toda la longitud de los corredores que llegaban a separar el lugar en secciones, finalizaba agotada en uno de ellos, uno en el que siguió su andar, realizando el mínimo de sus esfuerzos.

Pronto se acercó a la puerta que la llevaría al lugar donde el par de doncellas de hierro aguardaba. Decidió ingresar y apreciar con mayor detenimiento el lugar al que no había recurrido desde su secuestro.

La gélida característica superficial de ambos artilugios, lograba percibirla mientras avanzaba con tranquilidad por sus alrededores.

De súbito, y fuera de ahí, Elena percibió el sonido del golpeteo constante de tacones en el suelo de concreto. Alguien se acercaba, o tal vez se trataba de otra mala pasada de sus problemas mentales. Su pequeña y lustrosa nariz percibió un aroma peculiar, aquel de zarzamoras y limón al que se le adicionaba una esencia de café y tabaco. Esta inusual característica en el ambiente le motivó a girar la silla hacia la puerta.

—Se ve tan tierna mientras anda por los pasillos —se escuchó una voz femenina, y el sonido de los pasos se intensificaba. Alguien ajeno a su padre andaba merodeando.

La idea de que se tratasen de las Hermanas Newirth era reafirmada por la intervención de un silbido, aquel que desde la llegada de ellas a su vecindario le perturbó y se quedó grabada eternamente en su mente.

—Somos tan afortunadas —comentó Stella una vez que ingresaba por el marco de la puerta, manteniendo esa peculiar sonrisa formada por sus rojos labios. Junto a ella, llegaba Sophia, quien observaría a Elena con amargura.

Ambas vestían sus oscuros vestidos. Siendo el de Sophia adornado por la flor de lobelia. Los negros y sueltos cabellos de ambas, destilaban un tenue brillo.

Elena las observó, quieta y con una pequeña sonrisa.

—No pensé que fuesen a aparecer de la nada.

—No olvidaríamos eso de que tú serías la última —respondió Sophia—. Ha pasado mucho tiempo; mucho tiempo esperando este momento.

—Sabía que no podíamos equivocarnos contigo, Elena —dijo Stella—. Has logrado tantas cosas. —Dio una carcajada que comenzaba a despertar la ira de Elena—. La muerte de tu mejor amigo no fue en vano— agregó.

—No es prudente que lo mencionen ahora. Eso aún no se me olvida. Me quitaron a quien tanto amaba.

—Nuestras intenciones radicaban en el pequeño —intervino Sophia.

—¿Qué es lo que quieren ahora? —inquirió, bajando la mirada al suelo.

—Acabar con todo esto... acabar en definitiva con nuestro pesar —respondió Stella.

—¿Vienen a asesinarme?

—Lo hubiésemos hecho desde el primer día en que te vimos. O en cualquier momento, y créeme, nada lo hubiera detenido —comentó Sophia—. Pero conoces nuestro pasado. Nos alegra saber que contigo logramos gran parte de lo que anhelábamos. Acabaremos con esto, y lamentable y muy seguramente lo que está por ocurrir no podremos presenciarlo, como todo aquello que ha pasado en estos años.

—Es lamentable que ya no veas a tu madre —comentó Stella—. ¿Ves la coincidencia? Ahora tu padre es el motor de tu vida.

—Es cierto, ya no he visto a mi madre. Y a pesar de todo, aún la amo.

—Hace poco le dimos una cordial visita. No nos recibió como quisiéramos, pero supimos controlar la situación. Pudimos haberle arrebatado la vida, pero era demasiado apresurado. Es urgente que alguien se encargue de ella.

—¿Qué quiere decir?

—No se resistió a llamar a su pareja —intervino Sophia —, Patrick Freedman. Él estaba en casa, y estaba dispuesto a atentar contra nosotras, accediendo a las peticiones desesperadas de tu madre. Él supo que nosotras somos realmente su competencia de años, no lo pudo creer, se desesperó; vaya, deseaba matarnos, pero supimos calmarlo. Lo más importante de ello es que ambos les han visto la cara de estúpidos a ti y a tu padre.

—¡A él no le diga así!

—Si abrieras los ojos te darías cuenta de lo torpes que son. Tu propia madre trató de volverte como ella, quería que pertenecieras al grupo con el que hacía mancuerna con su amante, te hizo pasar un secuestro falso para que presenciaras un asesinato por primera vez, pero no se esperaban que lo hicieras. Él quiere acabar con tu padre y contigo, aún planea hacerlo desde su maldito escondite.

No deseando creer en estas palabras con facilidad, Elena se causaría una gran duda.

—No puedo creerles. ¡No tengo por qué hacerlo!

—Elena —dijo Stella—, al final lo harás. Tienes mucho por descubrir y mucho por hacer. Y claro, conocerás a la persona que acabará con los siguientes...

—Agradecemos tu llegada a nuestras vidas —dijo Sophia—. Nos iremos sabiendo que creamos a alguien.

Sin decir más, Stella y Sophia introdujeron sus manos entre las comisuras de sus vestidos y extrajeron sus principales armas, los cuchillos con las iniciales que ante Elena se habían mantenido en un misterio. Ambas armas las entregaron a la jovencita.

—Termina con nosotras —pidió Sophia.

—No lo haré yo —murmuró. Un golpe en seco hizo caer a Stella inconsciente al suelo. Sophia volteó hacia donde la puerta y fue recibida de la misma manera—. Mi padre lo hará —concluyó, al tiempo que Brayden ingresaba por la puerta, habiendo golpeado a las mujeres con la culata de una escopeta.

La sensación de frío les hizo despertar. Stella y Sophia advirtieron la presencia de Elena y su padre frente a ellas. Elena le daría un uso a la misma habitación en que se encontraban hace unos cuantos minutos. Le fascinaba apreciarlas dentro de los grandes y pesados sarcófagos.

Ellas trataban de moverse, pero no lo lograban. De pie, atadas y con las extremidades destrozadas (siendo el dolor calmado por una alta dosis de analgésicos) ocupaban lugar dentro del par de doncellas de hierro.

—Gracias, Elena —dijo Stella, agotada, sonriente.

—Nunca olvidaremos esto —comentó Sophia de la misma manera que su hermana.

—Y yo nunca olvidaré lo que fueron capaces de hacer. Llegaron y... gran parte de mi vida cambio.

—Ahora sí, Stella —dijo Sophia, y luego de varios años de amargura, volvió a sentir la felicidad de la que alguna vez fue despojada—, lo logramos.

—Elena, no nos hagas volver o te arrepentirás —añadió Stella con los ojos cerrados—. No te convendría hacerlo. Allá afuera te espera mucho.

Al término de aquellas palabras, Brayden se propuso a cerrar con tremenda fuerza las puertas de los dos artilugios, asesinando con el conjunto de afiladas y largas púas a las mujeres que aspiraban con este momento. Debajo de las dos doncellas comenzaba a escurrir sangre.

Esta vez sus almas no dejarían un rastro de desesperación y angustia, permanecerían divagando con tranquilidad, se unirían a la hostilidad del viento que acompañaría a Elena en las siguientes fatalidades.

GUÍAME CON UN SUSURRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora