Capítulo 12

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Con brusquedad y sin permitirse soltar el periódico, Gianna tomó a su hija del brazo y la forzó a caminar hacia la casa de sus vecinas. Elena comenzó a resistirse.

—¿Mami, a dónde me llevas? ¿A dónde vamos?

—Tendrás que aprender a llevarte bien con esas mujeres.

—Mami, no por favor... No me hagas esto. ¡No quiero ir a ese lugar!

—Será lo mejor para ti, Elena —dijo indiferente—. Les tocaré el timbre y hablarás con ellas. Verás que son buenas personas.

—¡No, déjame! —comenzaba a gritar.

Pronto se adentraron al patio delantero de aquel inmueble. Caminaron por el pasillo que las conduciría a la puerta principal. Pisar el césped marchito, motivó a Elena a recuperar su forcejeo sometido por el pánico. Y en ese esfuerzo logró liberarse para inmediatamente echarse a correr hacia su casa, dejando a su madre divertida en el pasillo, junto al periódico abandonado en el suelo.

—Qué niña tan miedosa —murmuró mientras con la mirada seguía el paso de su asustada hija.

Gianna tomó camino hacia donde Elena ya había ingresado. Se olvidó del periódico que en el pasillo permanecería hasta ser tomado por manos equivocadas, por otras manos equivocadas.

A través de una de las ventanas percutidas y sucias de la vieja casa, se asomaba una de las mujeres, aquella a quien su sonrisa delataba una misteriosa felicidad.

La habitación desde donde Stella observaba, conservaba un viejo e irreconocible tapizado. Las maderas que constituían los soportes y armazón, estaban en malas condiciones. La fragancia deprimente y lúgubre no era capaz de escapar de ahí, menos cuando tenía dos invitadas especiales. Los pocos muebles que allí albergaban, abundaban en polvo.

—Sophia, ¿ya viste? Estábamos a punto de tener visitas —dijo Stella decepcionada.

—¿Era esa pequeña que vive al otro lado de la calle? —comentó Sophia indiferente, desde el asiento de una silla de madera, mientras sostenía entre sus dedos un fino puro del cual se expedía un tenue y grisáceo humo.

—Sí, una extraña mujer la estaba forzando a venir acá —dijo, al tiempo que se alejaba de la ventana—. Seguro debe ser su madre. Qué mala forma de tratar a su propia hija.

—Nos está haciendo un gran favor. Afortunada debería sentirse esa niña miedosa —comentó, seguido de un leve tosido.

—Dejaron un periódico en el pasillo de la puerta principal.

—Deberías ir por él —sugirió, y dirigiendo su mirada hacia Stella, agregó—: Podría ser un motivo para visitar su casa, ¿no crees?

—Ya lo creo. ¿O querrán venir a buscarlo?

—No puedo creer que me hayas hecho eso... —murmuraba Elena, nerviosa y estremecida, mientras yacía sentada en el suelo, a un lado de su cama y en su esfuerzo por regular su respiración acelerada.

—Elena, hija —gritaba su madre sonriente y divertida desde la planta baja.

En cuanto la pequeña escuchó ese llamado, se estremeció, por lo que se levantó de donde estaba y se dirigió hacia la puerta para asegurarla.

—Perdóname, hija, no quería asustarte, solo que te ves muy graciosa cuando te pones así —comentó entre pequeñas carcajadas, al mismo tiempo que se encaminaba hacia uno de los sofás para recostarse.

La pequeña decidió aguardar detrás de la puerta. Sus sentidos se encontraban aún alterados. Le parecía increíble que su propia madre fuera capaz de haberla expuesto de esa manera, de entregarla en bandeja de plata a la muerte.

GUÍAME CON UN SUSURRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora