Capítulo 21

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La soledad se cernía sobre los inmuebles de aquellos alrededores.

Tembloroso, Brayden atravesaba las gélidas calles. Parecía errar bajo el luto del cielo que ansiaba atrapar a la brillante luna rodeada por un velo titilante, como el novio a la novia, como el viento a la prenda débil.

Había llegado a la intersección de las calles Goslar y Weimar. Faltaban unos cuantos minutos de camino para ver en la lejanía los inmuebles de Arnsdorf. Tomar la calle Goslar y llegar hasta la avenida número 55 a Paderborn, le permitiría arribar al vecindario cuyo nombre no recordaba y que etéreamente lograba librarse del abandono, entre postes de luz y edificios que transmitían cierta seguridad y harían del camino algo placentero.

Cada paso que avanzaba era acompañado de su continuo atisbo hacia su alrededor. Pronto se vio obligado a detener su caminar, pues un sonido familiar invadió sus oídos: un efecto Doopler, ruidoso y molesto. A sus espaldas, la sirena de una patrulla de policía comenzaba a perturbar el ambiente silencioso.

Pero Brayden dedujo que esa situación no se asemejaba a las múltiples ocasiones en que tales vehículos atravesaban las calles y avenidas rumbo a una posible escena del crimen, pues era completamente diferente. Él estaba a punto de presenciar una persecución.

Las feroces revoluciones de los neumáticos de una Ford F-250, que lograba resaltar su color negruzco ante la luminosidad de un poste, estremecieron el polvo de la calle. La unidad pasó a gran velocidad a la diestra de Brayden, y casi de inmediato lo hizo la patrulla.

Los partícipes de una eventualidad que surgió en la inseguridad de múltiples localidades aledañas, se perdieron varios metros adelante. Brayden detuvo el paso hasta que los faros rojos de la justicia se apagaron. Optó por hacer de lado la situación y continuar con su camino. Volvió a conciliarse con la tranquilidad abandonada.

De repente, un estruendo provino de adelante, en medio de la oscuridad temida por los postes, hacia una distancia incierta, suficiente para alarmar a quien fuera que estuviera casi a la misma distancia que Brayden.

—Mierda —farfulló intuyendo en la posibilidad de un choque.

Debía seguir avanzando; de alguna u otra manera tendría que descubrir lo que había pasado, pues esa era la única dirección segura para llegar a casa. No le importaría tener que manchar sus manos con la sangre de algún herido, tampoco enfrentarse a los secretos que los valientes seguro aguardaban. Así pues, reanudó inquieto su avance.

A lo lejos pudo notar la intermitencia de las luces rojas y azules de la patrulla. Determinó entonces que la camioneta fue la que había sufrido el percance. Pensaba pasar desapercibido, sin la necesidad de detenerse a preguntar por lo ocurrido. Pero de súbito, un fuerte disparo logró sobresaltarlo y motivarlo a agacharse sin detener su avance.

—¡Maldita sea! —se escuchó a unos cuantos metros de la patrulla a la que Brayden ya llegaba.

Pronto, Brayden ubicó la camioneta con las puertas abiertas y accidentada en la fachada de un viejo edificio. Quienes hubieran sido responsables de algún crimen o fechoría, habían escapado salvándose de un disparo perpetrado por aquel policía incapaz de perseguirlos. Irguiéndose sigiloso, Brayden observaba al uniformado frustrado y molesto que no demoró en alejarse de la camioneta para volver a la patrulla.

—Usted está arriesgando su vida —le comentó el policía acercándose a su unidad.

—Es necesario hacerlo todos los días, oficial —respondió mientras poco a poco abandonaba su estado de alerta.

—Tenga por seguro que no será como antes, o al menos nos encargaremos de que en algunos años no se vuelva a repetir —respondió. Abrió la puerta del vehículo, dio un gran suspiro y agregó—: Aunque esos desgraciados se están divirtiendo, haremos lo posible por traer la seguridad... a los pocos que aquí quedan.

GUÍAME CON UN SUSURRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora