Capítulo 44

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Su percepción del tiempo se vio afectada una vez que abrió los ojos y se vio ante lo que, intuyó, era una pequeña y borrosa habitación. Elena pronto recordó la incómoda experiencia dentro de su inconsciente durante el tiempo en que dormía: las voces de sus agresores y sonidos en el ambiente que lograron armonizar con el mismo sonido desgarrador en Dittersbach. El haber despertado, la trasladó a la realidad en la que se mantendría desorientada y adolorida de la cabeza.

Forcejeó un poco. Se percató de su estadía sobre el asiento de una silla chirriante. La niña yacía reclinada hacia una mesa sobre la que apoyaba ambos brazos; sobre uno de estos descansaba su cabeza. Su campo de visión fue invadido por la madera empolvada de la mesa. Levantó la mirada con lentitud; con la misma intención se irguió para recargar su espalda en el respaldo de la silla. Entonces advirtió frente a ella, al otro lado de la mesa, a un hombre barbudo, sudado y rollizo.

—Vaya hora de despertar —comentó aquel hombre para luego comenzar a reír—. ¿Cómo te sientes, Elena?

El espacio reducido de la habitación llamó la atención de Elena, le inquietó. Las palabras del corpulento las pasó por alto para apreciar cada rincón del lugar: un techo y cuatro paredes de madera, una de las cuales era ocupada por una puerta metálica que aguardaba a un par de metros a espaldas del hombre; sobre el suelo descansaba una pila de viejas cajas de cartón y una pila de costales de arena; atada de manos y con la boca cubierta con cinta adhesiva, despertaba una mujer junto a la puerta.

—¿En dónde estoy? —preguntó Elena, preocupada—. ¿En dónde está mi madre?

—Ella se encuentra perfectamente —respondió mientras en el suelo la ya angustiada mujer forcejeaba desesperada—. No es bueno que te ilusiones... es difícil que salgas de aquí. Ya no correrás con la misma suerte.

—Quiero ver a mi mamá —sentenció entre sollozos.

—Algún día podrás verla. Tal vez hoy, o tal vez mañana...

—No puedo quedarme aquí —susurró de pronto y se levantó de golpe para dirigirse a la puerta.

El misterioso sujeto imitó la acción de la pequeña para bloquearle el paso y detenerla.

—Te dije que sería difícil —dijo. Introdujo una de sus manos entre su saco y extrajo una daga que, al arrojarla con fuerza sobre la mesa, consiguió clavar entre la madera—. Toma asiento, pequeña. Te propongo un trato.

Elena se mostró intimidada; sin embargo, esa sensación desaparecería hasta ceder el lugar a un repentino sentimiento de sosiego. El sufrimiento de la mujer sobre el suelo, le haría considerar la posibilidad de ayudarla. La vaga fuente de ayuda radicaba en la daga sobre la mesa.

La pequeña apartó su mirada de la mujer que prefería detener su forcejeo y ahogarse con su llanto, y regresó impotente al asiento de la silla. Estaría dispuesta a cometer lo que fuera con tal de salir de ahí.

—Te dejaré salir de aquí para que tengas más oportunidades de encontrarte con tu madre —comentó tomando asiento. Viró sonriente hacia donde la mujer—. Ella está sufriendo mucho. Necesita que alguien acabe con su sufrimiento. Ese alguien pudiera ser... una pequeña y tierna niña.

—Yo no podría —respondió asombrada y trémula.

—Solo toma la daga... y mátala.

—¡De ninguna manera lo haré! —Se atrevió a elevar la voz.

—Será tu pase a través de esa puerta. Dejaré que decidas entre arrebatarle la vida a esta mujer o dejar que tu madre muera junto contigo. Si yo amara tanto a mi madre, haría lo que fuera por estar con ella.

GUÍAME CON UN SUSURRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora