Los rayos del sol y la brisa relucían su lacio y castaño cabello. Elena yacía recostada, pecho tierra sobre el césped de su casa, cerca de la acera. Bajo un atardecer de fin de semana disfrutaba de la calma.
—78, 79, 80... —contaba cada una de las hojas del césped. Ello le permitió apartarse, por un valioso momento, de todo agente perturbador en el ambiente, que parecía tomar fuerza con la llegada del conticinio.
Elena rememoró aquellas épocas en las que nada perjudicaba su instancia en esos lugares, en las que nada menoscababa su relación familiar.
De súbito volvió a la realidad. Una corriente fría de viento le estremeció. Perdió la cuenta de las hojas de césped y dirigió con cuidado su mirada hacia su diestra. Sus grisáceos ojos se encontraron ante sus más grandes temores.
Decidió levantarse con brusquedad olvidándose de sacudir su verduzco vestido. Los ritmos de su corazón y respiración se dispararon y sus pequeños ojos volvieron a dilatarse.
El par de mujeres de vestidos negros y una flor de lobelia, exterminaron el momento complaciente de la pequeña quien, temblorosa, fue incapaz de comenzar una huida hacia su propia casa.
Ellas avanzaban sobre la acera, sin esperarse ese encuentro que les significaba una gran fortuna.
—¡Hola, pequeña! —exclamó Stella reflejando alegría en su rostro, como una madre que había vuelto a ver a su hija luego de una eternidad.
Stella andaba más adelante que su compañera Sophia, quien sostenía entre sus labios un cigarrillo a punto de ser consumido. La primera apresuró su paso para tratar de alcanzar a la niña.
—¡No! —gritó Elena, desesperada.
—No corras pequeña —dijo Stella hundiendo su voz en un susurro que sobresalía en medio del melifluo que poco a poco se iba extinguiendo.
Stella logró tomarla del brazo. Coincidió con la llegada de otra corriente de viento abrazadora, álgida, estremecedora para su vestido negro y el de Sophia.
—Tranquila, pequeña, no entiendo por qué corres... podrías lastimarte.
—Suélteme, por favor —suplicaba nerviosa, temblando hasta casi desfallecer.
Por supuesto que Stella no iba a acceder ante esas súplicas. Esa oportunidad no la pasaría por alto. El momento era perfecto y ningún alma se encontraba a varios metros a la redonda, mucho menos la madre de la pequeña, quien había vuelto a ese tormentoso lugar que le aseguraba la perdición de su propia familia.
—No lo haré, pequeña... —contestó, para tomarla con brusquedad del otro brazo y vencer los forcejeos. Elena quedó frente a ella, acorralada, sin ninguna posibilidad de evitar ese desafortunado encuentro—. Debes estar sintiendo el peor de tus temores.
Elena entonces percibió un especial aroma, similar al que expedía el refrigerador luego de cerrarlo: un fresco aroma a zarzamoras y limón.
Sophia ya se había acercado a ellas, manteniendo aquel rostro de amargura que motivó a Elena a observarla.
—Solo queremos platicar un momento contigo —intervino Sophia con una voz rasposa que acompañaba leves humaredas de su cigarrillo.
—Yo no quiero platicar con ustedes —sentenció cansada. Hizo un último esfuerzo para zafarse de Stella, casi igualando la brusquedad con que había sido tomada.
—Ella tiene razón. —Volvió a vencer el forcejeo—. Solo queremos platicar contigo.
—Eso es algo que en mi vida jamás haré.
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GUÍAME CON UN SUSURRO
Mystery / ThrillerEl semanario Newirth ha decidido andar tras la verdad del difunto criminal de guerra Alfred Newirth, con el fin de dar explicación a la ola de misteriosos asesinatos en la calle Dittersbach y sus alrededores. «Si el asesino ha muerto, alguien hubo d...