Capítulo 29

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Elena llegó a su habitación y se escondió bajo la cama. Pronto comenzó a llorar a causa del impacto que el asesinato le provocó. Llamar a la policía sería muy mala elección. No deseaba ser asesinada de la misma forma que el oficial, o quizá de una peor.

Debajo de la cama solo podía percibir el sonido del viento y las incomprensibles voces de las vecinas. Trataba de entender lo que estaban hablando.

—Seguro están hablando de mí, o de cómo deshacerse del cadáver —comenzaba a formularse ideas; ideas nada desatinadas.

La luz del exterior, que atravesaba la puerta del balcón, lograba llegar a uno de los costados de la cama. Atrajo a la pequeña. Despertó la curiosidad que pudiera permitirle acercarse y observar todo lo que estuviera pasando en esos momentos.

Sus vecinas aún no abandonaban el lugar. Ellas ya introducían al oficial en el vehículo y volteaban constantemente hacia cada rincón de la calle.

La pequeña sucumbió ante la curiosidad: salió de la cama y se acercó sigilosa hacia el vidrio de la puerta del balcón.

—Necesitaremos nuevos vestidos después de esto —comentó Stella a Sophia, habiendo colocado el cuerpo del hombre en el asiento del piloto.

Stella se introdujo a la patrulla para hallar las llaves. Vaciló. Trató de acomodarse y no le quedó más remedio que sentarse sobre el regazo del inerte.

—Unidades 66-8, 66-9 y 77-1 repórtense... —se escuchaba desde la radio.

—Todavía siguen ahí —susurró Elena, asustada, una vez que se acercaba a la ventana y advertía la presencia de sus vecinas.

—Puedo notar que tienes planeado algo muy ingenioso —comentó Sophia para de nueva cuenta observar a su alrededor—. Pero será mejor que te apresures...

—Agreguémosle a esto un accidente. Me alegra tanto que esta calle se prolongue varios metros más adelante. Ya se las arreglarán para descubrir el motivo de las heridas en su cuerpo —dijo mientras hallaba las llaves a un costado del asiento y se disponía a encender el vehículo, ponerlo en neutral y quitarle el freno de mano.

—No puedo creer que hayan sido capaces de hacer tal cosa —susurraba Elena, al tiempo que divisaba cómo Stella salía del auto y cerraba la puerta.

Stella dio una carcajada mientras la unidad poco a poco se alejaba de ellas y se acercaba a una intersección en donde nada ni nadie evitaría que colisionara contra un muro de contención.

Stella volteó hacia la casa de Elena. Advirtió la presencia de la pequeña quien las observaba desde el balcón, por lo que decidió saludarla agitando la mano. Luego volvió la mirada hacia su compañera

—Pasaremos un tiempo fuera de este vecindario.

—Ya volveremos por lo que queremos —respondió Sophia dando media vuelta—. Mientras, tenemos otros asuntos que tratar... en aquel lugar que no han sido capaces de descubrir por lustros.

Ambas comenzaron a avanzar hacia su hogar, sin preocuparse por los rastros de sangre sobre la acera y parte de la calle. Caminaban golpeando el tacón de su calzado sobre el pavimento de la acera, incorporando al ambiente un sonido sobrecogedor.

Elena sentía un vago sentimiento de sosiego una vez que divisaba la lejanía de sus ya escalofriantes vecinas. Motivos tenía de sobra para no desear habitar más aquel lugar; sin embargo, hacérselo saber a sus padres, significaría mencionar el motivo que de ninguna manera se atrevería a contar por temor a ser descubierta y pasar por las tétricas consecuencias.

—¡Mira lo que tenemos aquí! —exclamó Stella al percatarse de algo alojado a escasos centímetros delante de ellas. Era la fotografía que había escapado de la atención de Elena.

GUÍAME CON UN SUSURRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora