Capítulo 43

7 1 0
                                    

2 días después

Desde aquella inesperada experiencia metros abajo, la manera en como Elena vería la vida, no sería la misma.

Atormentada por agobiantes pesadillas prolongadas hasta el mediodía, esperaba ansiosa la caída de la tarde, cuando el sol estuviera imparable durante su trayecto en el horizonte. Era en esos momentos cuando, sin saberlo, los efectos secundarios del misterio químico dentro de los frascos de su madre, le hacían efecto y conseguían apaciguarla, dormirla.

A casi dos horas del arribo de la noche, la pequeña despertó de un sueño inusual, esta vez no causado por su madre, quien había aprovechado la situación para salir a donde Patrick.

Su acolchada cama le permitió a Elena levantarse, sin resentir los efectos de la posición que en el suelo le hubieran dificultado la labor. Se puso de pie y no pudo faltar la sensación de aturdimiento que pronto desaparecería y le haría caer en calma, en la intuición de que a esas horas de la tarde su madre no se encontraba en casa. Hambrienta, bajó por las escaleras hasta el microondas en la cocina.

Mientras tanto, a una cuadra de la calle Arnsdorf, una furgoneta grisácea detuvo su avance. La puerta copiloto se abrió y Gianna salió de ahí.

—Tienes diez minutos —comentó Patrick desde el asiento del piloto—. Estaré esperando en el sentido contrario de esta calle. El otro auto ya está listo.

—Esta vez nada puede salir mal. Esa niña debe estar durmiendo.

—Asegúrate de que no nos vea. Y que no se te ocurra intimidarla, eso nos corresponde a nosotros.

Dentro de la furgoneta que ya avanzaba sobre la calle, hasta incorporarse en sentido contrario, aguardaba una de las desafortunadas opciones de quien deseaba hacerse de la hija de su amante. En la parte trasera esperaban un par de hombres en pasamontañas.

En escasos minutos Gianna llegaría a casa.

—Tal vez tenía que irse deprisa —murmuró Elena luego de haber llegado a la cocina y haber abierto el microondas.

Cerrando la puerta del microondas vacío, Elena comenzó una vaga búsqueda de alimento que pudiera consumir hasta la llegada de su madre. Recordó un paquete de galletas que su padre había traído la tarde anterior, junto con una bolsa de manzanas podridas que fueron a parar al bote de basura.

La pequeña inició con su búsqueda desde las puertillas de la alacena hasta los cajones en donde no se imaginaba encontrar cubiertos y cucharones. La labor se vio truncada una vez que abrió un siguiente cajón y advirtió un bolso de tela oscura cerrado por un pequeño broche. Entonces fue vencida por la curiosidad. Sacó de ahí el bolso en cuyo interior había pequeños botecitos y lo colocó sobre la barra, cerca de un portacuchillos. De inmediato desabrochó el bolso y sació su curiosidad. Apreció el contenido y estuvo a punto de devolverlo al cajón, ya que creyó que se trataban de medicinas de su madre; sin embargo, una etiqueta con la que era identificado uno de los botecitos, llamó su atención. Alarmada, lo extrajo.

—Elena —leyó sosteniéndolo con una mano—. Barbiturat-hoch dosiertes/500...

De pronto, un fuerte portazo se escuchó haciéndole voltear estremecida. Gianna había entrado de golpe a la cocina.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó la malvada madre acercándose hacia su hija histéricamente, sin darle la oportunidad de esconder aquel bolso—. ¿Qué haces con eso?

Elena dejó sobre la barra el fruto del enfado de su madre. Intimidada y sin ser capaz de responder, se alejó un poco. Su madre tomó el bolso y rescató el botecito de barbitúricos que estuvo a punto de caer al suelo.

GUÍAME CON UN SUSURRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora