Capítulo 36

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Mancomunidad de Landshut

En la fría bodega abandonada en medio del vecindario Ulm, yacía Gianna con su amante, aquel hombre responsable de parte considerable de las tragedias que habían azotado, de gran manera, a la población de las mancomunidades colindantes.

De pie y con un cuchillo de doble filo en mano, Patrick comenzaba a hablarle a Gianna de uno de sus nuevos objetivos en mente. Ella se encontraba sobre un viejo sofá, inmersa en los efectos provocados por una botella de Apfelwein.

Patrick se había trasladado a aquel sitio en el que, estaba seguro, la policía no podría encontrarlo. El paso de una semana fue suficiente para saldar gran parte de las cuentas que varios individuos, inocentes y culpables le debían. Por supuesto, también recibió de ellos lo que más disfrutaba: ganancias económicas y recuerdos mortales.

—Hacer a tu esposo de lado, es buena opción —dijo volteándola a ver y pasando entre sus dedos el cuchillo.

—Se supone que él debe ser el primero. Desde que le contaste a Elena lo nuestro, Brayden se ha ganado ese privilegio. En cualquier momento la niña puede hablar.

—No es mala opción hacernos primero de la niña. ¿Te imaginas lo que su amoroso padre sería capaz de pagar por su rescate? —dijo observando el cuchillo.

—¿Qué piensas hacer?

—Gianna, es algo que hemos hecho tantas veces... Primero haremos pasar a su padre por un martirio. Pagará lo que sea por el rescate de la niña. Es muy seguro que pida ayuda a sus conocidos, a ese cirquero, por ejemplo.

—Asegúrate de que la niña no sospeche nada de ti, ni de mí. No puedo quedarme tranquila sabiendo que eres capaz de contarle demás.

—Algún día tendrá que enterarse. Pronto me conocerá y también conocerá la verdad sobre su madre. Luego será parte de nosotros. Cuando tengamos lo que queremos, nos desharemos de tu esposo.

Aquel vago sentimiento de cariño que Gianna tenía hacia su propia familia, ya había sido derruido por los deseos ambiciosos que compartía con su amante. A ella no le importaría en lo más mínimo participar en el secuestro de Elena programado para esa misma tarde.

Patrick no solo se conformaría con las ganancias que ese suceso le acarrearía, pues además buscaría contaminar la inocente mente de Elena con tétricos planes. No deseaba perder su objetivo de volverla una niña capaz de imitar indeseables atrocidades.

Desde que presenció el terrible asesinato del policía a manos de sus vecinas, Elena frecuentemente atravesaba por episodios de pánico y depresión. Le resultaba insoportable no poder sacar de su cabeza esos tormentosos recuerdos. No obstante, las nuevas sustancias disfrazadas que su madre le hacía consumir, le ayudaban a asimilar esas horribles imágenes; le permitían sosegar su ánimo y las peticiones de los susurros en su cabeza.

Elena despertó sobre el duro y frío suelo del ático, aquel al que no llegaba el tono naranja que ingresaba por la escotilla. La pequeña portaba un vestido azul oscuro adornado con botones brillantes blancos; y medias amarillentas con grabados irreconocibles.

Lo primero que encontraron sus ojos fue un rectángulo de cartulina negra con trazos de tiza blanca. Era una escena monocromática que evidenciaba su deseo, su sueño de volver a pasear en la bicicleta de su mejor amigo a quien no había visto desde la tragedia del colegio. Una llegada apresurada de Liam y su gran imaginación de por medio, le vendría de maravilla a Elena y le permitiría olvidarse de tanto.

La pequeña se levantó confundida, extrañada y sin recuerdo alguno de lo sucedido hacía unas horas. Ese último aspecto fue fulminado una vez que ella advirtió, en el suelo, un vaso plástico en cuyo interior un pequeño rastro de jugo de uva culminaba su derrame. Entonces recordó las palabras burlonas con las que su madre se había referido a su dibujo.

GUÍAME CON UN SUSURRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora