«Eres lo que tanto hemos buscado. Mientras más corras, más te acercarás a nosotras», escuchó la pequeña el perturbador susurro del viento.
Elena volteó y... no había peligro alguno. Se dio cuenta de que quien portaba la flor de lobelia ya recorría el pasillo hacia el umbral de la puerta. Y la otra, con esa inquietante e inexplicable sonrisa, solo le seguía el paso a su compañera.
La pequeña volvió al camino. Mientras más avanzaba, sus deseos de voltear aparecían nuevamente. Su inconmensurable curiosidad resultaba imposible de saciar.
Una vez más, Elena decidió avizorar a sus espaldas. Y ahora la mujer sonriente se encontraba sola, de pie, quieta sobre el umbral de la entrada. La niña detuvo su paso para cruzar una mirada con la mujer, una mirada separada por varios metros, un choque de misterio e inocencia.
Stella acentuó su sonrisa y sacudió su mano con delicadeza, al ritmo del viento, despidiéndose de la perturbada niña.
—Elena, ¿en dónde andas? —gritó la madre de la pequeña, desde la acera, al otro lado de la calle, rompiendo con el tenso momento—. Ven para acá, la comida está lista.
Al escuchar a su madre, Elena de inmediato corrió para ir a su encuentro.
—¿Qué tanto haces allá? —preguntó al instante en que su hija ya pisaba el césped de su propiedad.
—Nada —le respondió nerviosa, una vez que se le acercó para abrazarla. De súbito, atisbó hacia donde creyó continuaba la singular mujer, y al no advertir su presencia cerca del pórtico, volvió su mirada, cerró los ojos y se aferró al abrazo—. Hay dos extrañas mujeres viviendo en esa casa...
—Nadie se atrevería a vivir ahí. De seguro tu amiguito te metió esa idea en la cabeza, ¿a que estaban jugando? —inquirió, luego de haber observado hacia el lugar señalado.
—A nada, mami. Liam me paseó en su bici y fuimos a esa casa. Dos mujeres se acaban de mudar ahí, dos terroríficas mujeres por las que Liam huyó.
—Sea a lo que hayan jugado, ya no importa. Entra, la comida está lista. Debes comer, porque si no... —dijo, y mostrándole una sonrisa, agregó—, iré a la casa de esas mujeres y les diré que te estás portando mal.
—No serías capaz —comentó sobresaltada y sorprendida.
—Entonces ve a sentarte a la mesa, hija, ya he puesto el plato con la carne y la sopa que tanto te gusta.
Elena obedeció. Vaciló un poco antes de ingresar a la casa y encaminarse a la mesa del comedor.
La pequeña tomó asiento junto a una mesa tambaleante. Apreció el vapor que expedía la sopa. A través del plato de porcelana se reflejaba una lámpara vieja y empolvada que colgaba del techo.
La combinación de vegetales y pastas en la sopa, le parecían distraer de lo vivido al otro lado de la calle e incorporarla a la cotidianeidad de su inocente vida.
Y sonó el teléfono, exterminando el denso y predominante silencio.
—¿Quién habla? —preguntó la madre, quien desde la cocina atendió la llamada.
—Hola, Gianna —respondió alguien al otro lado de la línea, provocando en ella un tenue rubor.
—Patrick, no era necesario que llamaras —dijo mientras se cercioraba, a través de la ventanilla de la puerta que conectaba a la cocina con el comedor, que su hija no se levantara de su asiento—. La niña ya está comiendo, en cualquier momento se dormirá.
—Eso que te recomendé te facilitará las cosas.
—Eso espero, confío en que esas pastillas no le harán ningún daño.
ESTÁS LEYENDO
GUÍAME CON UN SUSURRO
Tajemnica / ThrillerEl semanario Newirth ha decidido andar tras la verdad del difunto criminal de guerra Alfred Newirth, con el fin de dar explicación a la ola de misteriosos asesinatos en la calle Dittersbach y sus alrededores. «Si el asesino ha muerto, alguien hubo d...