Capítulo 48

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De origen danés, Stella y Sophia Newirth comenzaban a ver la dificultad de la vida a partir de los terribles crímenes llevados a cabo por su propio padre, el coronel de guerra Alfred Newirth.

La sangrienta batalla de Stalingrado perturbó y tornó enfermiza la mentalidad del padre de las, hasta entonces, pequeñas. Aunado a los problemas de briaguez, Alfred se perfilaba como un padre al que debía temérsele. Asesinar con crueldad a un pequeño grupo de militares alemanes delante de sus hijas, fue suficiente para atemorizarlas y perturbarlas con el sufrimiento humano.

Alfred enemistaba un asesinato rápido y estrepitoso. Buscaba llegar más lejos y hacer de un espectáculo de ese tipo, algo memorable y duradero. Llegó al grado de imitar artilugios de los que oía hablar durante la guerra, incluso llegó a diseñar sus propios sistemas mortales.

Y pronto llegó el día en que Alfred cometería el peor error de su vida. La primera tragedia arribó cuando inconscientemente asesinó a su propia esposa, la mujer a quien sus hijas tanto amaban. Dominado por la ira provocada por una pequeña discusión, y bajo los efectos secundarios de misteriosas sustancias, arrebató la vida a esa amorosa mujer.

Tras recibir diez apuñaladas en el abdomen y ocho disparos de revólver en la cabeza, el cuerpo inerte de la señora Newirth aguardó en la sala hasta la llegada de Stella y Sophia del colegio.

Una pérdida de semejante magnitud retumbó en las emociones de las pequeñas, y no obstante, ambas fueron capaces de perdonar a su padre.

El paso de tres tormentosos años y los encantos de una mujer francesa fueron suficientes para que Alfred perdiera el cariño hacia sus hijas. Las agresiones por parte de él, hacia las pequeñas, no se hicieron esperar, inclusive de la mano de intimidaciones y amenazas de muerte.

A diferencia de su hermana Stella, Sophia continuaría cegada por el amor hacia un padre indiferente y cruel, por lo que no sería capaz de defenderse ante sus constantes actos de odio. La primera se armaría de valor para imponer un freno ante tales acciones. Descargaría la tensión guardada durante años. Tomaría un cuchillo y lo asesinaría brutalmente en el patio trasero.

—¡Pagarás por todo lo que has hecho, maldito! —gritaba Stella, sonriente y bañada en sangre, mientras gozosa arremetía contra su padre e ignoraba los gritos de desesperación de su hermana que le imploraban detenerse—. ¡A mi madre le hubiera gustado ver esto! ¡A los que has matado les hubiera gustado ver esto!

—Hija... —susurraba Alfred por compasión.

—Stella... —lloraba Sophia, desconsolada, al mismo tiempo que una fuerte brisa se encargaba de desviar el camino de sus lágrimas—. ¿Cómo pudiste?

—Sé que lo deseabas —respondió Stella una vez que se apartó del destrozado fiambre. Temblorosa se dirigió a su hermana para darle un abrazo y besarle la mejilla. Le dejó la marca de sus labios alcanzados por el brillante carmesí.

Al paso de los días, Stella asimilaría lo que había cometido, y se daría cuenta del grave daño que le había hecho a su hermana Sophia, la pequeña que, ante todo, no le guardaría rencor a su hermana.

Ambas recordaron el sueño de su padre de ir a vivir a la nación Alemana y edificar ahí un centro de entrenamiento. Stella y Sophia hicieron cuanto pudieron para, luego de cinco años, llegar al país y esparcir las cenizas de su padre sobre el vecindario en el que le hubiera gustado vivir: en Dittersbach. La manera en como consiguieron el dinero para la cremación de los restos, y para cubrir los costos del viaje, cobraron con la vida de diez individuos.

Las jóvenes hermanas salieron al patio de su nueva vivienda y llegaron frente a un árbol que ya resentía los efectos del otoño. Ambas ya habían adoptado las vestimentas oscuras como parte del luto por su padre y hasta que terminara lo que ellas consideraban como "los susurros del viento".

El vendaval, bajo un cielo nublado, comenzaba a estremecerles sus cabellos y, de igual manera, sus vestidos.

Stella sostenía entre sus manos una caja de madera teñida de púrpura. La abrió y dejó caer las cenizas sobre el suelo empedrado.

La intensidad del viento se encargó de esparcir las cenizas y ensuciar con estas los zapatos oscuros de ambas hermanas.

—Aquí también le hubiera gustado morir —dijo Stella.

—Sus cenizas en el viento son palabras..., susurros que se encargarán de guiarnos —agregó Sophia, al tiempo que una flor de lobelia que se había desprendido de entre un floral cerca de ahí, flotaba en el aire y pronto llegaba a sus manos.

—Ahora obedezcamos. Vayamos por nuestra infancia perdida. —Y acentuó su sonrisa mientras tomaba de la mano a su hermana.

Fue a partir de entonces que las Hermanas Newirth buscaron lo que desde niñas habían perdido: aquellos sentimientos de felicidad entre hijos y padres, aquellos sentimientos que, según ellas, sólo resultaban ser un martirio y no debían existir.

El apellido Newirth comenzaba a estremecer y llenar de miedo a quienes lo escuchaban y veían materializado. Ambas mentes perversas ya causaban desolación por decenas de vecindarios aledaños. Habían aprovechado el anonimato de la muerte de Alfred para atribuirle a él la culpa de los crímenes, crear una leyenda; no obstante, un golpe de suerte permitió al ineficiente ojo de la ley capturar a ambas mujeres.

Su instancia en la prisión de Dustin no duró mucho. Después de escapar, se mantuvieron ocultas durante nueve años para iniciar, metros abajo, la construcción de lo que denominaron "Sepulcrum Tormentorum", el lugar donde esconderían años de dolor. Su facilidad de convencimiento, y la capacidad de intimidación que las caracterizaba, les permitió formar un grupo de colaboradores que, a largo y mediano plazo, seguirían sus terribles y agobiantes caminos.

Luego, debajo de la calle Dittersbach, se inauguraba un colosal centro de tortura organizado en decenas de perturbadoras cámaras. De inmediato se comenzó con el asesinato de gente inocente, y gente que se había ganado el rencor y odio de Stella y Sophia. Aquella calle pronto se convirtió en el epicentro de la desolación e incertidumbre.

La aparición de Patrick a la vida de las terribles hermanas representó una guerra entre dos grupos criminales que contribuían al raudo cobro de vidas inocentes, y a la incapacidad de las autoridades por frenar la agravante problemática. Entre los objetivos finales de Stella y Sophia, se encontraba el derrocamiento de aquel líder con quien compartían las mismas ideas perversas y desasosegantes.

—No esperábamos disfrutar del miedo de todos ellos, el miedo que quedaba en el olvido cuando se apagaban las luces —comentó Stella a Elena—. Lamentablemente nos hemos excedido.

Los dramáticos sucesos que ambas contaron a la pequeña, le permitieron dar cuenta de que la pesadilla aún no terminaría. Las siguientes palabras que saldrían de la boca de Sophia, llegarían a Elena como el golpe más trascendental de su vida.

—En cuanto terminemos con esto, deseamos terminar de la misma manera que nuestro padre —continuó Sophia—. Caer en manos de alguien que disfrute de nuestra muerte, alguien que nos recuerde a nosotras en el momento en que nuestra infancia vio la oscuridad; alguien que encuentre el disfrute de muerte... y se vuelva insaciable.

—Elena... al final, nos encargaremos de ti —agregó Stella.

GUÍAME CON UN SUSURRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora