|Prólogo|

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Dos años atrás

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Dos años atrás

Estaba esperando mi turno. La música con la que bailaría Kiara al día siguiente sonaba en los altavoces y ella daba giros perfectos sobre el hielo. Tenía una técnica muy bonita, eso me ponía nerviosa. Comencé a dar pequeños saltos sobre mis patines para calmarme.

Al día siguiente sería la competencia regional sub-16. Era mi último año ya que el próximo cumpliría diecisiete. Por lo que esa era mi última práctica.

Estaba detrás de la puerta de cristal para entrar a la pista de patinaje artístico y, cuando vi que Kiara y su entrenadora estaban recogiendo sus cosas para irse, me fui a esconder al vestuario femenino. No quería que supieran de mi ritual.

Cuando las vi irse, esperé unos minutos antes de salir para que se vaciara el instituto. Tenía que esconderme de él.

El equipo de hockey había terminado su entrenamiento hacía unos quince minutos, lo que significaba que no quedaba nada para que se fueran.

Me asomé cuando escuché que, de a poco, comenzaban a salir del vestuario masculino con sus cabellos mojados por la ducha. Pero él no salía. No estaba en ningún lugar.

Tal vez estaba siendo una obsesiva y ese día había faltado al entrenamiento.

Pero eso no era posible. Mañana tenían un partido importante y él era el capitán. Una regla no escrita de los deportes en equipo era que el capitán no faltaba al último entrenamiento antes de un partido ni aunque tuviese la peor gripe estacional.

Esperé diez minutos más antes de salir. Mejor prevenir que curar.

Pasé la vista por cada rincón del hall de entrada revisando que él no estuviera escondido. Luz verde.

Me acerqué a la puerta que conectaba con la pista y lo vi.

Devon.

—¿Me estabas buscando Livy? —sonrió de lado mientras me miraba fijamente con sus pozos oscuros.

Él sabía cuánto odiaba que me llamaran así. Se lo había confesado cuando éramos pequeños. Lo había invitado a jugar a mi casa y me había preguntado por qué mis padres me llamaban Liv y no Oli. Yo le expliqué que solían llamarme Livy, pero como no me gustaba se los hice cambiar a Liv y así me llamaba el resto de mi familia.

Le dije que Oli estaba reservado para mis amigos, todos me llamaban así. Pero incluso entonces, cuando éramos los mejores amigos, a él no le gustaba, él me llamaba Liv.

Pero ahora ya no era Liv, era Livy. Porque sabía que me molestaba. Y molestarme había sido su objetivo número uno durante dos años. Su oxígeno eran mis lágrimas, ceños fruncidos y gritos. Vivía para verme mal y nunca había entendido por qué.

Nunca me explicó qué era lo que había hecho para, de la noche a la mañana, recibir todo su odio. Habíamos prometido ser el todo del otro para siempre. Pero en solo dos años me había demostrado que su palabra no valía una mierda.

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora