|Capítulo 23|

34.5K 2.2K 696
                                    


En ese momento podía morirme

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

En ese momento podía morirme. Me importaba una mierda.

Olivia estaba, a mi parecer, más hermosa que nunca. Desnuda, temblando, con la cara sonrojada y la respiración acelerada. Perfecta.

En un segundo, me quité los pantalones, no porque buscara algo, sino para estar más cómodo. Subí por la cama hasta llegar a su altura, nos di vuelta para que ella quedara sobre mí y la abracé.

Lo único que pasaba por mi cabeza, luego de haberle dado un orgasmo, era abrazarla. Después de tenerla lejos tanto tiempo, era la primera vez que la sentía realmente cerca de mí.

Tenía su cabeza en mi pecho y comencé a acariciarle el pelo, que estaba revuelto por mi culpa.

Colocó sus manos a mis costados y levantó un poco su torso haciendo que sus pechos se rozaran contra el mío. El movimiento hizo que la excitación contenida en mi bóxer y su entrepierna se rozaran.

Con solo una prenda separándonos se sentía demasiado bien.

Tuve que reprimir el jadeo que tenía en el fondo de mi garganta. No quería perturbar su estado de shock.

Me miró con los ojos desorbitados y los labios enrojecidos y entreabiertos.

El estúpido orgullo se infló en mi pecho.

Yo la dejé así.

—¿Qué fue eso? —su voz, al igual que sus brazos, tenía un ligero temblor.

—Un orgasmo —dije con simpleza.

Estaba esperando paciente, dejando a un lado mis ganas de continuar lo que recién había empezado, para que Olivia saliera de su alucinación post-orgásmica y así obtener otra reacción de su parte.

Me preocupé por un segundo, hasta que vi en sus ojos que su mente se liberaba de las endorfinas y comenzaba a aclarar sus pensamientos.

Se dejó caer sobre mi pecho y estiró su cuerpo que parecía diminuto junto al mío. Colocó su mentón sobre mi corazón y me miró con un brillo extraño en su mirada.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó con voz suave.

—Lo que tú desees Liv.

No había mayor verdad que aquella. Desde hacía tiempo ella llevaba las riendas de nuestra relación.

Y, entonces, hizo lo último que esperaba que hiciera.

Se largó a llorar.

Enterró la cabeza en mi pecho y sollozó mojando mi piel con sus lágrimas. Cada ruido que salía de su boca me destrozó. Cada lágrima oprimió mi corazón con un dolor que iba más allá de lo sentimental: podía sentir cómo su llanto me dolía en todo el cuerpo.

La tomé en mis brazos y la subí para que escondiera su cara en mi cuello. Estaba deshecha en lágrimas y no podía hacer nada más que apretarla contra mí y acariciar su cabello. A pesar de tener una suposición, no sabía bien por qué estaba llorando. De lo que sí estaba seguro es que quería tomar todo su dolor y sufrirlo por ella.

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora