|Capítulo 24|

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No me miré al espejo

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No me miré al espejo. Tenía mis manos sobre el lavamanos, sosteniéndome de él con la cabeza baja.

En cuanto escuché la puerta de mi habitación cerrarse, mi cuerpo comenzó a temblar.

Todo se había salido de control. La partida de póker y la apuesta con Gideon, los sentimientos que había mantenido escondidos y el dolor que había ocultado.

Iba a enloquecer.

Levanté mi cabeza y me observé en el espejo. Ojos hinchados, mirada triste y chupones rojos adornando mi cuello.

Era una experta en mantener las situaciones a raya. En ese momento no me reconocía.

Me había puesto una regla clara antes de llegar al acuerdo que tenía con Devon: no abrirme a él. Claro que, luego de lo que había sucedido, no quedaba duda de que había faltado a mi palabra.

Y también estaba la cuestión de lo mucho que lo necesitaba, en cuerpo y alma. Esa llama de sentimientos que había querido apagar por tanto tiempo había crecido de forma desmedida. Ahora alcanzaba cada parte de mí.

Los últimos días había visto al Devon que solía amar, a mi mejor amigo. Nada había cambiado.

Abrí la canilla e hice un cuenco con mis manos. Me mojé la cara y lavé mis ojos. Tenía que competir con Marco y debía estar presentable. Las ojeras que tenía delataban lo poco que había dormido, no podía agregarles una expresión de llanto.

Al besar a Devon tuve un descubrimiento. Me era imposible seguir ocultando lo que sentía, no podía seguir diciéndome que lo que Devon despertaba en mí era solo deseo. O negando que esa sensación de calidez solo me la daba él.

Tomé el corrector de ojeras y comencé a camuflar cada marca en mi rostro frente al espejo.

Cuando Devon me había dicho que haríamos lo que yo quería pensé en que mi anhelo más grande era retroceder en el tiempo, cambiar lo que había sucedido y darnos la posibilidad de ser más que amigos. Pensé en la fantasía de si todo hubiera sido como yo quería desde un principio.

En la felicidad que habría tenido.

Frente a ese escenario idílico se alzaba la realidad llena de decepciones. Y me vino todo el dolor aguantado por años de golpe.

Comencé a pintar ahora las marcas moradas en mi cuello. Incluso entonces, llena de dolor, no pude evitar el calor en mi pecho al saber que había sido Devon —y no ningún tipo de una noche— quien las había hecho. En el fondo, me gustaba tenerlo en mí.

No podía ocultarlo más.

Ante la claridad de mis sentimientos venía la duda de si eran correspondidos. Había descubierto que Devon me deseaba, no había discusión al respecto. Pero ¿significaba yo para él lo mismo que él para mí?

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora