|Capítulo 18|

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Terminamos de saludar al otro equipo y fuimos al vestuario para cambiarnos

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Terminamos de saludar al otro equipo y fuimos al vestuario para cambiarnos. Debíamos ponernos la ropa que nos distinguía a todo el instituto de Rusbell. Al salir, vi que Luce y Olivia nos estaban esperando a los tres.

No había podido dejar de pensar en Olivia en todo el partido. La había visto patinar y parecía que volaba sobre la pista, era como una muñequita de porcelana. Parecía tan pequeña y a la vez tan poderosa. Cuando patinaba, se la veía que estaba en su elemento, con control absoluto. Le era tan natural como respirar, patinar era su oxígeno.

Y la maldita sonrisa que tenía. No había forma de borrarla de mi mente.

Como hombre, al ver a la mujer que ocupaba cada rincón de mis pensamientos sonreír de esa forma, quería mantenerla así de feliz por el resto de su vida. No había nada en la tierra que no hiciera para lograrlo. Podía pedirme que prendiera fuego el mundo y lo habría hecho gustoso.

En cuanto la vi en la tribuna supe que ganaríamos el partido. Cuando éramos mejores amigos, siempre venía a verme, y me encantaba jugar con la presión de que me estaría observando y no podía defraudarla. No solo porque era mi amiga, sino porque la idea de que la chica que me gustaba me viera hacer un papelón no me agradaba ni un poco.

Verla allí me trajo el recuerdo y la emoción mezclada con ansiedad.

—Vamos, que es la hora de comer —se quejó la rubia.

—Tranquila —Jake pasó un brazo por sus hombros—. Contigo tengo suficiente comida.

Luce le dio un codazo en el costado para quitárselo de encima. Mi amigo soltó una carcajada.

—Eso que hiciste ahí... —se acercó a mí Olivia y me preparé para un halago— casi me muero del asco, nunca vi a nadie jugar peor en mi vida.

Solía hacer eso cuando me acompañaba en los juegos.

Me reí y le di un suave empujón con el costado de mi cuerpo. Seguí caminando junto al resto, dejándola detrás de mí.

De repente sentí un peso sobre mis hombros y como alguien saltaba sobre mi espalda, envolviendo sus brazos alrededor de mi cuello. Supe que era ella, pero eso no quitó mi sorpresa. Tomé sus muslos con mis manos para colocarlos firmes a mis costados.

Noté una leve tensión así que comencé a darle un leve masaje, casi imperceptible, donde tenía mis manos. Su cabeza estaba en mi hombro, por lo que, cuando dejó salir una bocanada de aire, pude sentir su respiración en mi oreja.

Giré mi cabeza para verla y me di cuenta de lo cerca que estábamos el uno del otro. Nos miramos y su nariz casi rozaba la mía. Había una conexión latente entre nosotros que nunca me había podido explicar.

Tenía en su cara una expresión indescifrable, la misma que ponía cada vez que nos acercábamos un poco más de la cuenta y pasábamos los límites implícitos. Siempre pensaba que era porque la perturbaba estar de esa forma conmigo, porque había sido su amigo y luego la había atormentado.

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora