|Capítulo 29|

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Limpié sus lágrimas con mis pulgares

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Limpié sus lágrimas con mis pulgares. Aún tenía mi frente pegada a la suya.

Devon había cerrado los ojos y apretó sus manos en puños, cuando coloqué mis dedos sobre estos, logré que se relajara un poco. No iba a pedirle que me mirara si le costaba siquiera hablar, pero quería hacerle saber que estaba ahí.

Estaba para él de la misma forma que él había estado para mí.

—Esta persona que contrató era una clase de mentor para ayudar a adaptarme a la vida empresarial. Al principio era bastante teórico, gran parte del verano se la pasó hablándome de la imagen pública y la cultura organizacional —suspiró y apreté sus manos—. Pero lentamente pasó a hablar mal de ti, tratando de convencerme de olvidarte.

—¿Tú...? —quise preguntarle si el hombre lo había logrado, pero no me salían las palabras.

—No, por favor —negó desesperado, entendiendo lo que quería decir, y abrió sus ojos con terror—, ¿qué te hace pensar que eres fácil de olvidar?

La respuesta obvia era echarle en cara lo que había sucedido, pero estábamos tratando de sanar juntos. No podía vivir con rencor toda la vida.

—Fue una tortura escucharlo por horas, intentando meterse en mi cabeza. Cuando el coraje me consumía, le respondía a algún comentario, pero solo lograba que me gritara más —explicó—. Hasta ese momento no me había levantado la mano, era abuso verbal y psicológico, terminaba el día con el cerebro quemado y casi sin ganas de vivir.

Lo último que dijo se metió bajo mi piel y causó que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo.

—Lo siento tanto, Dev. Si hubiera sabido, hubiera vuelto a Rusbell enseguida —lamenté colocando mis manos en su nuca y haciéndole una leve caricia allí—. Te mandé algunos mensajes, pero estaba tan distraída por lo que sucedía en Varsado que no pude detectarlo.

—Liv, si la culpa es de alguien, definitivamente no es tuya.

—¿Fue por eso que me dejaste de hablar?

—Falta algo más —su voz se oscureció—. El día que llegaste a Rusbell fui a buscarte a tu casa, pero no habías llegado. Tu padre me abrió la puerta y estaba tan enojado con él por el infierno que tenía que pasar por su culpa que comencé a empujarlo e insultarlo por haberte mandado a Varsado. En ese momento, luego de todo lo que me habían dicho, pensaba que esa parte era verdad.

—Es normal que lo hicieras si tu día se basaba en escuchar al tipo este.

—Pero jamás pensé mal de ti de la forma que ellos querían que pensara, jamás me creí lo que decían sobre ti. Te lo prometo —dijo con desesperación y unas gotas de cólera.

—Te creo.

Suspiró antes de contar lo siguiente.

—Él me explicó que todo era mentira salvo la parte de la deuda y que tú no estabas allí, todavía no habías llegado. Me dijo que llegarías a la terminal de ómnibus, pero antes de que pudiera irme para preguntarte a ti si era verdad, me pidió una cosa.

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora