|Capítulo 3|

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Fue más que nada el susto y el dolor, no era grave

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Fue más que nada el susto y el dolor, no era grave. Y menos mal, porque prefería torturarme por el resto de mi vida antes que lesionarme apenas unos días antes de las nacionales.

Cuando el enfermero corroboró que estaba bien, la multitud que se había formado a mi alrededor se disipó hasta quedar solo Marco.

—Lo siento Oli —repetía—. En serio, no fue mi intención. Podrías haberte lastimado.

Se pasaba las manos por la cara y daba vueltas frente a mí sobre sus patines. Parecía frustrado.

—Quédate tranquilo, estoy bien.

Se dejó caer frente a mí de rodillas. Yo seguía sentada porque quería recuperarme bien del golpe antes de hacer cualquier movimiento brusco.

—No fue a propósito, te lo prometo —dijo tomándome de las manos.

Yo me reí.

—Obviamente, ¿por qué me dejarías caer a propósito? —pregunté.

—Nada, olvídalo.

Se levantó del piso y reanudó el dibujo de círculos sobre el hielo.

Su actitud era rarísima. Parecía preocupado por hacerme saber que él no quería que me cayese. Así que comencé a sospechar, como siempre. ¿Me había dejado caer? No tenía sentido, no sacaría nada bueno de eso. Él estaba más loco que yo por ganar la competencia y un golpe como el que me había dado podría haberlo tirado todo por la borda.

No tenía sentido, pero sus gestos me decían que había algo que me estaba ocultando. Sus pies no podían quedarse quietos y sus manos frotaban su cara y cuello alternadamente.

Tal vez estuve más tiempo del que debía analizándolo porque de repente paró todo lo que estaba haciendo como si se hubiera dado cuenta.

—Si necesitas algo, lo que sea, házmelo saber —dijo.

Me hubiera venido bien que me ayudara a levantarme del piso, pero cuando iba a pedírselo ya se estaba yendo.

Estaba sola en una pista gigante con apenas rastro de una punzada en la cabeza y con mi culo enfriándose. Perfecto para practicar la rutina individual una última vez.

Salí del hielo para ajustarme los patines que, entre una cosa y otra, se había aflojado un poco el derecho. Tenía que estar todo perfecto.

Cerca de la salida de la pista de patinaje artístico podía escuchar el barullo de la sala común. Esta conectaba con la pista de hockey, cuya entrada estaba a la otra punta del hall, enfrentada a la nuestra. Eran dos pistas gigantes. Los vestuarios estaban en la pared opuesta a la puerta de entrada del instituto; el de mujeres pegado a nuestra pista y el de hombres a la de ellos. En nuestro pueblo, no había suficientes mujeres interesadas en hockey sobre hielo, así que solo había equipo masculino.

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora