|Capítulo 15|

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El hotel era grande, tenía dieciséis pisos de habitaciones y varios salones comunes

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El hotel era grande, tenía dieciséis pisos de habitaciones y varios salones comunes. La mañana siguiente la noche en que llegamos tomé noción de la cantidad de personas que competirían. Eran demasiadas.

Venían academias y equipos de todo el país. La recepción siempre estaba a explotar de niños y adolescentes vestidos de acuerdo con el color de su instituto. La indumentaria deportiva de Rusbell era de color celeste. Yo sabía que el instituto de Varsado vestía de rojo.

A primera mañana, tras desayunar junto con toda la gente de Rusbell, quise bajar a planta baja para ver con quién me encontraba. Solo tenía algunos conocidos de Varsado gracias a los veranos en los que me iba a la ciudad y Emma aprovechaba para presentarme a sus amigos.

—No te desaparezcas como otros años —me pidió Sammy, mi entrenadora—. Quiero que pruebes tus patines en la pista antes de que compitas mañana. Además, el instituto preparó algunas actividades en conjunto, me gustaría que nos acompañaras.

¿Prueba de patines? Por supuesto.

¿Actividades en conjunto? De ninguna manera.

Ya me venía venir lo de las actividades. Era charla sentimental y juegos tontos para fortalecer nuestro vínculo de pertenencia y lazos de amistades. Una pérdida de tiempo.

—Solo serán unos minutos, no te preocupes —aseguré—. ¿A qué hora es la prueba de patines?

—Tienes que estar a las doce del mediodía en la puerta del hotel, sino nos vamos sin ti.

Las pistas donde competiríamos estaban a diez minutos en auto desde el hotel. Al igual que todos los años, era un complejo, al igual que el instituto, con ambas pistas: la de patinaje artístico y la de hockey.

—Allí me tendrás.

Eso era verdad. No había forma de que me perdiera la prueba de los patines, era esencial para estar más tranquila y hacer una buena presentación al día siguiente.

Sin más que decir, bajé del comedor en el primer piso, donde estaba todo Rusbell, a la recepción.

En efecto, había muchas más personas de las que cabían en el recibidor del hotel. Lo bueno de eso era que podría escabullirme entre ellos sin necesidad de socializar con gente nueva. Ese no era para nada mi fuerte.

Estaba esquivando cuerpos sin chocarme con ninguno hasta que alguien se cayó sobre mí, desequilibrándome por un segundo. Me volteé, lista para insultarlo, pero me detuve.

Yo conocía ese rostro.

—¿Daniel?

—¡Oli! Sabía que te encontraría por aquí —exclamó para luego abrazarme.

Daniel era un amigo de Emma que solía acompañarnos cuando nos metíamos en cuchitriles abandonados de Varsado para ir a fiestas clandestinas o juegos de póker que permitían a menores. Él era quien nos hacía entrar por sus contactos y conseguía las direcciones de los eventos. También lo usábamos de guardaespaldas, pero él no lo sabía. Más de una vez nos había salvado el culo de hombre infames. Ser mujer, en ese ámbito y en cualquier otro, era jugar la vida en dificultad difícil.

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora